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Nolite te bastardes carborundorum. O que los hijos del patriarcado no te hagan polvo

Nos adentramos en los pensamientos de June: “Ahora estoy despierta y veo el mundo. Antes estaba dormida. Así es como permitimos que sucediese. Cuando masacraron el Congreso no despertamos. Cuando culparon a los terroristas y anularon la Constitución tampoco despertamos. Dijeron que sería temporal. Nada cambia instantáneamente. Si estuvieras en una bañera que se calienta poco a poco morirías hervida sin darte cuenta”.

La distopía que observamos en la novela de Margaret Atwood, El cuento de la criada, convertida en serie televisiva por Bruce Miller, nos invita a reflexionar sobre lo que acontece en el mundo real. Decía la escritora canadiense en la introducción del libro que todo puede desvanecerse de golpe, como un rayo… “En determinadas circunstancias puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”.

En determinadas circunstancias puede ocurrir que se desvanezcan de golpe derechos conseguidos. Ha sido necesario un recorrido histórico a través del cual conceptualizamos para hacer visible una realidad y ponerle palabras a lo que las mujeres hemos vivido, siendo excluidas de toda forma de realización social. Puede ocurrir que se desvanezca todo de golpe porque quizá confiamos en que no podría pasar y olvidamos que cuando se trata de los derechos y de las libertades de las mujeres hemos de permanecer vigilantes; ya que vivimos en una sociedad patriarcal, y sabemos qué lugar se dispone para nosotras.

La democracia nos da garantías y el feminismo encuentra en este sistema el entorno óptimo para crecer. No obstante, ante ese progreso y conquistas de un movimiento social y político que representa la ideología de la liberación de la mitad de la humanidad, siempre habrá, como afirman nuestras referentes académicas, una reacción patriarcal para intentar frenar el embate transformador del mundo.

Los hijos del patriarcado son personas normales y ya escribí sobre ello en este artículo donde intenté argumentar que la violencia contra las mujeres se normaliza bajo una estructura que alimenta la misoginia y donde ésta se hace visible a través de esos hombres normales, que a veces muestran su odio hacia nosotras de forma sutil y otras se enorgullecen de despreciarnos.

Es constante el trabajo que hemos de realizar para desarticular al patriarcado, la única manera de acabar con la dominación masculina en cada uno de los ámbitos de la vida, esto es, la política sexual de la que hablaba la filósofa y escritora feminista Kate Millett: “Conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo”.

Se hace por ello imprescindible despertar y empoderarnos con lo que realmente nos da poder. La filósofa Amelia Valcárcel decía que “lo que nos empodera son las leyes. Las leyes bien establecidas que me dicen yo soy yo, hasta dónde llego y qué derechos tengo”.

Las leyes que ponen sobre el papel un análisis mediante el que se superaron las anécdotas que definían la violencia contra las mujeres como casos, crímenes pasionales que ocurrían en un entorno privado y que por ello se debía resolver allí, a pesar de que la desgracia acabase, siempre, con la vida de ella. Leyes como la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, que logró articular que “la violencia de género es el símbolo más brutal de desigualdad que existe en nuestra sociedad. Es una violencia que se dirige a las mujeres por el hecho de serlo”. Así lo expone un texto que ratifica la legislación internacional que viene desde Naciones Unidas; un organismo que aboga por la paz, por combatir el cambio climático y preservar la salud de nuestro Planeta; que trabaja por sociedades igualitarias; que tiene en su hoja de ruta el empoderamiento de mujeres y niñas como objetivo estratégico en la consecución de la igualdad de género, una condición sine qua non para estar ante sociedades democráticas, justas, que respeten los derechos humanos y que entiendan que la humanidad solo puede avanzar con dos pies, mujeres y hombres, iguales ante la ley; y para tal fin es crucial introducir la perspectiva de género señalando qué lugar ocupamos cada cual en la sociedad.

De este modo Naciones Unidas constata que “la violencia contra la mujer constituye un obstáculo no sólo para el logro de la igualdad, el desarrollo y la paz sino también para la plena aplicación de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Viola y menoscaba el disfrute de los DDHH y las libertades fundamentales. Además, se trata de una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres”.

Y volviendo a la Ley Orgánica 1/2004: “La violencia de género es uno de los ataques más flagrantes a derechos fundamentales como la libertad, la igualdad, la vida y la seguridad”.

Negar la violencia hacia las mujeres convierte en responsables y cómplices de esa violencia a quienes intentan desmantelar todo el avance en materias de igualdad y de protección en la lucha contra una violencia específica que ya adquiere dimensiones de pandemia: “Ya sea en el hogar, en la calle o en los conflictos armados, la violencia contra las mujeres y niñas es una violación de los Derechos Humanos de proporciones pandémicas que ocurre en espacios públicos y privados”. Estos datos proporcionados por ONU Mujeres nos instan a enfrentarnos a la violencia contra las mujeres centrándonos en la raíz del problema y no dando pábulo a una mezcolanza de conceptos y términos ensamblados en una suerte de desconocimiento, machismo y misoginia.

La derecha de este país se confabula. Y lo más grave es que lo hace desde las instituciones, que tienen la obligación de caminar respetando lo conseguido en una democracia que ondea la bandera de los Derechos Humanos; respetar lo conseguido, que no es otra cosa que derechos y libertades. Los derechos y libertades de las mujeres.

En este sentido no tiene cabida exponer la libertad, por ejemplo, ante la mal llamada “Gestación subrogada”, ya que para hablar de libertad deben darse unos cimientos de igualdad que a día de hoy intentamos mantener y de los que queda por levantar todo un edificio.

La igualdad empieza en el papel y desde ahí debe ir materializándose en acciones concretas; pero para ello hay que definir todo aquello que la menoscaba, situando nuestra atención en cada organismo y ámbito necesario para revertir una desigualdad estructural.

Hace algunas semanas y a propósito de la sentencia de “La Manada” de Pamplona, Montserrat Comas, Magistrada de la Audiencia de Barcelona y Portavoz de Juezas y Jueces para la Democracia, exponía en una entrevista que el Alto Tribunal tenía la oportunidad de unificar criterios para definir qué es intimidación y consentimiento y dictar en consecuencia una sentencia que, finalmente, ha sentado un precedente en este país, un Estado donde se produce una violación cada seis horas; donde emergen manadas que jalean ese atentado que cometen contra la integridad física de las mujeres y donde la justicia no termina de entender que la no resistencia no significa ausencia de violencia; que una menor de 14 años violada por 7 jóvenes difícilmente podía resistir y escapar de esa situación; que estamos ante una violencia ambiental y que el foco no se debe poner en el alcohol o en esa no acción sino en el hecho de que una manada de hijos del patriarcado han violado en grupo y por turnos a una menor. La violación a la menor de Manresa hizo que a través de nuevas concentraciones, las mujeres que conforman el Movimiento Feminista saliesen a las calles de todo el país rechazando el sistema judicial, exigiendo una revisión en la tipificación de los delitos contra la libertad e indemnidad sexual. Es hora de tener claro cuál es el paradigma de la violación para, entre otras cosas, no tachar de “accidente” provocado por el alcohol una violación en grupo, como hizo un periodista y comentarista de los Sanfermines en la tele pública; aunque tras las críticas recibidas tachara de “lapsus” aquello de accidente.

La violencia contra las mujeres empieza en ese iceberg oculto al que no le prestamos atención porque está normalizado: lenguaje sexista, micromachismos, publicidad sexista, invisibilización… Es violencia contra las mujeres que nos cosifiquen, que intenten mercantilizar nuestros cuerpos y que nos pongan precio para la prostitución, desde algo tan perverso como el mito de la libre elección.

La libertad de las mujeres no se ha conseguido a nivel planetario y por tanto forma parte aún de la agenda feminista; a pesar de ello, los hijos del patriarcado lanzan su discurso apelando a la libertad, que se adecua a la óptica neoliberal pero que choca frontalmente con el feminismo y por ende con la liberación de las mujeres.

Los asesinatos machistas reflejan la máxima expresión de la violencia contra la mujeres. Los datos oficiales nos dan una cifra estremecedora de mil mujeres asesinadas desde 2003, que no se hace cargo de los feminicidios que se cometen al margen de cualquier relación sentimental.

Y ahí seguimos, narrando nuestra historia, contando lo que nos pasa por ser mujeres, haciendo visible cada explotación sobre nuestros cuerpos y cada atentado contra nuestras vidas; ese es el cometido de la Teoría Feminista. En palabras de la filósofa Celia Amorós: “Su misión es ver y hacer ver, visibilizar; ahora bien, como teoría crítica que es, su ‘hacer ver’ está en función de un irracionalizar e inmoralizar conductas que en su día fueron consideradas socialmente como de recibo».

El feminismo nos salva y a la vez nos complica la existencia ya que nos hace ser más conscientes que nunca de una opresión histórica; pero gracias a él despertamos. Tenemos las herramientas para actuar y sabemos lo que nos pertenece. Ahora estamos despiertas. No permitiremos que los hijos del patriarcado nos hagan polvo. Situarnos en la resistencia significa mirar de frente y decir “estamos aquí”.

La actriz Elisabeth Moss decía el año pasado al recoger su Globo de Oro a la mejor actriz en la serie ‘The Handmaid’s Tale’: “Ya no vivimos (las mujeres) en los márgenes de las páginas. Ya no vivimos entre los huecos de las historias. Ahora somos la historia y estamos escribiéndola nosotras mismas”.

Publicado en Tribuna Feminista: https://tribunafeminista.elplural.com/2019/07/nolite-te-bastardes-carborundurum-o-que-los-hijos-del-patriarcado-no-te-hagan-polvo/?fbclid=IwAR2fBp5JLDQ0dfVfBTApvzaIzcxb54d5DiFe-u_D7FBELtneD2Bi-mK8N9Q

2 comentarios en “Nolite te bastardes carborundorum. O que los hijos del patriarcado no te hagan polvo”

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