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Una historia de amor

Valentina se enamoró. Fue una mañana en la que se acicaló de manera especial: no usó colorete; sus ojos, en cada movimiento de parpadeo, balanceaban las pestañas libres de máscaras y sus labios mostraban el mismo color que cada mañana al despertar; aunque otras veces también resplandecía hermosa con aquel color rojo en los labios, al menos, así se veía ella y la mujer que al mismo tiempo le mantenía la mirada. A partir de ese día Valentina empezó a sentir emociones desconocidas que pasaba a describir con un lenguaje vibrante.

Cuando caminaba, la luz irradiada a través de las nubes comenzaba a ser fragante y los colores que envolvían el entorno se aliaban para emitir dulces y transgresoras melodías.

Todo cambió. Las relaciones con los demás se tornaron algo distintas; más productivas y equilibradas; incluso el amor se atrevió con un emocionante proceso de deconstrucción.
Decidió que solo prestaría atención a la voz de esa persona de la que se había enamorado perdidamente y que a su vez le recordaba la intensidad de estar viva. Ella sería lo más importante en su historia y los nuevos actores que irrumpiesen en el escenario, tendrían un papel secundario; aderezarían aquello que se había creado.

¡Ahora entendía lo que era el amor para toda la vida! Ese amor eterno, inquebrantable…

Durante esta inmersión de sentimientos recordó que en los próximos días se celebraría eso que llaman San Valentín, para dejar arraigado, entre capitalismo y corazones, el amor romántico.

Valentina intentó esbozar en sus pensamientos qué significaba ese encuentro entre cenas, consumo y mitos. Primero pensó en los corazones que van envueltos en papel, con ticket incluido, y con los que parte del sistema colabora para que todo salga a pedir de boca.

Siguió edificando en su mente un discurso para comprender lo que realmente le otorgaba el significado a todo este festivo, rojo y perfumado ambiente. Es aquí donde se detuvo para desnudar la parafernalia que protegía, en algunos casos con una deliciosa música de violín, el corazón de aquello que se intentaba perpetuar: el amor romántico.

Así desfilaron varios mitos de este amor con algunas intenciones como la revisión y la desmitificación:

“El amor verdadero está predestinado”.

Esto es lo que denominamos ‘mito de la media naranja’, que atiende a la creencia de que una persona solo se compone de una mitad, una parte que camina coja en algún lugar hasta que tú la encuentras; es en ese momento en el que ambas empiezan a vivir; la respiración, la digestión, el bombeo de la sangre hacia el corazón y las conexiones sinápticas del cerebro habrían estado durante nuestro tiempo de soledad en un estado de reposo, funcionando mal y a destiempo, desconectadas.

Valentina comprobaba en cada acción que era una naranja completa y lo corroboró al saber que la persona de la que se prendó había estado muy cerca de ella.

“El amor lo puede todo”.

En esta sentencia siguió observando en su interior lo que en otro momento había estado fuera, próximo y lejos pero presente; puso en pie la resignación, las mentiras, los celos, las voces, los encierros, la violencia… Y descubrió que el amor puede construir belleza, que el disenso nutre las relaciones; pero si nos arrebatan nuestra dignidad, si nuestra esencia es dañada y nos rendimos a la idea de que los polos opuestos se atraen, intentando a la vez que cambien los iones de la otra persona, estaremos ante un amor demoledor, que todo lo puede destruir.

“El amor es lo más importante y requiere entrega total”.

Valentina se había entregado a un amor que no cambiaría nunca, era imposible con esta nueva conciencia feminista, porque tras la reconciliación con la autoestima y la puesta en marcha del empoderamiento sería difícil volver atrás; aunque estaba dispuesta a dejarse llevar por el diálogo de chispas, por la atracción física y el intercambio con una nueva complicidad.

Esta forma de entender y practicar el amor no podría tambalear lo que ella sentía desde aquella mañana y serviría para complementar una existencia real y autónoma, que por otra parte, como existencia completa, ya era feliz.

“El amor es posesión y exclusividad”.

Valentina se definía como un alma libre con todo lo que supone la libertad. Por lo tanto, no la representaba un sistema en el que no se puede elegir y donde sólo hay una forma admirable y ejemplarizante de vivir el amor, de estar en pareja, que no es otra que aquella que se rinde a la firma de un contrato en el que la mayoría de las veces – así lo determina el machismo y el patriarcado – tú eres la que tiene que responder al control y ser el objeto de posesión.

Valentina rememoró todas y cada una de las declaraciones de amor romántico y en ese instante sintió una mezcla de dolor y de emancipación. La salpicó la tristeza tras asumir su responsabilidad, su condición de cómplice con esta estructura que la encandiló, la engañó y de la que salió reforzada; y a su vez, el desconsuelo y la rabia la llevaron a la liberación; un estado que había servido para recomponer los pedazos esparcidos junto a envoltorios rotos y olvidados.

Aquella mañana con la que empezamos a conocerla, Valentina se detuvo frente al espejo y al otro lado halló la verdadera belleza en la capacidad de mirar y reconocerse. Ella se encontró consigo misma y supo que no es el simple reflejo el que te hace despertar, sino la toma de conciencia con el lugar que ocupas y el que quieres tener en el mundo; este descubrimiento te ayudará a saber qué amor quieres compartir. Parece una complicada tarea escapar de un sistema que penetra por todos los ámbitos de nuestra sociedad pero está en nuestras manos analizarlo y cambiarlo para crear relaciones llenas de verdad y de alegría.

Valentina no es una romántica y hoy no se va a someter a lo que el capitalismo y el patriarcado esperan de ella; no obstante sí cree en el amor, las palabras de Marcela Lagarde le recordaron alguna de sus claves:

“El amor es una experiencia de relación con el mundo. Es una experiencia de aprehensión del mundo. Y también es una experiencia de aprehensión del yo misma. Por el amor me relaciono con el mundo y, al mismo tiempo, conmigo misma en una relación íntima, interna, yoica. Esta experiencia del amor propio es una clave fundamental. Es necesario que cada vez un mayor número de nosotras podamos decir y digamos: me amo. Amo a otras personas, amo al mundo y amo lo que hacen en el mundo otras personas. Y me amo a mí misma”.

Foto: La imagen central pertenece al ilustrador y activista Saint Hoax, de su serie «Save yourself» (Sálvate a ti misma).

12 comentarios en “Una historia de amor”

  1. Algunas tenemos mucho que aprender de Valentina porque es un ejemplo a seguir ante tantos mitos creados por nuestra sociedad y en la que crecemos sin darnos cuenta del daño que nos hace.

    1. Cuánta razón tienes Vinita…todas hemos vivido inmersas, de alguna manera, en una laguna de mitos que nos ha intentado absorber; el sistema es muy eficaz pero nosotras tenemos siempre el poder para cambiar la historia. Me hace feliz que Valentina inspire. ¡Un abrazo!

  2. …maravilloso y arduo el camino hacia ese equilibrio entre contundencia, equilibrio, igualdad y ternura….Gracias por esta lectura tan esquisita e inspiradora!!!!
    Un abrazo preciosa!!!

    1. Me alegra mucho que la historia de Valentina ilumine y nos haga revisar el lugar que estamos ocupando en cada espacio, decisión, relación …porque como dices, es un arduo camino el que tenemos que realizar bajo un sistema tan poderoso que tiene incluso pensados los planes para nosotras. ¡Gracias por tus palabras bonita!

  3. El desmitificar la relación amorosa ideada por la cultura patriarcal y luchar por las relaciones igualitarias, donde la base del amor sea el respeto del tú y del yo, es una de las metas por la que tenemos que luchar todos los que creemos en los derechos humanos y la justicia social.

    ¡Muy buen trabajo y gracias por seguir en la lucha!

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