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Ante el dolor de las demás

Leí un libro de la Susan Sontag que lleva por título Ante el dolor de los demás. A lo largo de sus páginas la escritora reflexiona sobre las imágenes, su tratamiento y lo que nos provoca cuando se trata de fotografías que muestran dolor; nuestra respuesta ante eso que vemos y que nos informa a su vez de lo que acontece. Eso que capta una cámara en sustitución de lo que ocurre o lo que está pasando visto a medias porque el ojo humano, a través de un objetivo, selecciona. Sea lo que sea lo que se ha elegido: «Para que las fotografías denuncien, y acaso alteren, una conducta, han de conmocionar».

En la cubierta aparece un dibujo de un hombre medio echado, inclinado a un lado sobre su brazo mientras mantiene una mirada impertérrita hacia otro hombre elevado a un palmo del suelo y que cuelga, sin vida, de su propio cuello.

A veces las imágenes o un acontecimiento horrible generan empatía, despiertan la compasión, pero como escribe Sontag «la compasión es una emoción inestable. Necesita traducirse en acciones o se marchita». Aquí está el problema, en la no acción, en la indiferencia, la pasividad:

«La pasividad es lo que embota los sentimientos. Los estados que se califican como apatía, anestesia moral o emocional, están plenos de sentimientos; los de rabia y frustración».

Anestesia. Sociedad anestesiada ante los hechos más terribles. Violencia y violación de derechos humanos a plena luz del día mientras se mira hacia otro lado. Bombas que caen y que lo destruyen todo. Lo estamos contemplando con un genocidio en directo perpetrado por Israel sobre Palestina en las pantallas de nuestros televisores cuando se han agotado informaciones al parecer más relevantes como la marcha de algún jugador o cuando algún político sale a decir que hay que hacer algo, esperando, quizá, a que otros lo ejecuten.

Está claro que existe una impasibilidad ante el dolor de los demás, pero, ¿qué ocurre cuando hablamos del dolor de las demás?

¿Anestesia de género? O puede que sea más correcto apuntar a que se trata de una cuestión de sexo, como la película de Mimi Leder sobre la jueza Ruth Bader Ginsburg. La que fue jueza del Tribunal Supremo de Estados Unidos dijo:

«No pido ningún trato de favor para mi sexo, tan sólo pido a mis hermanos que dejen de pisotearnos el cuello».

Estas palabras no se quedan en una metáfora porque realmente pedimos a nuestros hermanos, a los hombres con los que compartimos esta sociedad, que dejen de pisarnos el cuello, que dejen de violentarnos.

Aunque, cómo es eso posible cuando las reglas del juego en esta sociedad, que es patriarcal, permiten y legitiman que nos pisen el cuello hasta que no podamos respirar.

Anestesia de género. La sociedad mantiene una mirada estrábica ante el dolor de las demás. Y esas “las demás” son niñas y mujeres, personas de sexo femenino puesto que el sexo es un detalle relevante. Da igual la guía que tengamos, las leyes, las convenciones, las fechas conmemorativas porque al final todo queda en un post de Instagram, un vídeo corto realizado con prisas, unos momentos en el informativo que utiliza un rótulo llamativo para que veamos que se están ocupando de ello y, sin embargo, aquí las imágenes no es que sustituyan la realidad, no es que provoquen una respuesta o que susciten una emoción, sino que ya no dicen nada.

Perdón, no da igual, las leyes son cruciales; lo que se ha conseguido a lo largo de los siglos es inconmensurable y que contemos con una legislación específica en los últimos años es importante. Y esto es lo que más causa indignación a alguien a quien sí le preocupa el dolor de las demás, esa feminista comprometida a la que denostan con la etiqueta de “muy radical”. Es importante, pero no suficiente.

Anestesia de género. Violencia cometida contra mujeres y niñas, normalizada y no condenada. ¿Quiénes son los responsables?

Todas esas personas, diputados y diputadas, que se sientan en la casa de la democracia y que no ven urgente promover una ley abolicionista del sistema prostitucional. Esos medios, dignos hijos del amarillismo, que parece que buscan un título para una novela en lugar de un titular riguroso que informe acerca del desarrollo posterior de la información; esos medios que todavía escriben “lacra” para hablar de una violencia sistemática y sistémica y que colocan la noticia de un feminicidio en la sección de sucesos. Aquellos que cuentan que la mujer ha muerto como si ella misma se hubiese estrangulado. Todos los medios que se definen como progresistas y comprometidos con los derechos humanos mientras defienden el derecho de los hombres de prostituir a las mujeres en esa ignominia del “trabajo sexual”. Todos los jueces y juezas que reducen penas, que someten a la víctima a una revictimización, que ponen en duda su testimonio presionándola con las tácticas de la cultura de la violación y que dejan en libertad a hombres que han confesado captar a chicas menores de edad en la puerta de centros educativos y discotecas para prostituirlas. Y por supuesto el sujeto del patriarcado, los hombres que ningunean a las mujeres, que agreden sexualmente a mujeres y niñas y que les arrebatan el derecho fundamental a la vida.

En este punto mencionado en las líneas de arriba traigo la decisión de la Audiencia Provincial de Murcia de quitarle la pena de cárcel a seis de estos hombres, empresarios y victimarios, que ya gozan de libertad.

Anestesia de género. Es curioso que el pasado 11 de octubre se conmemorase el Día de la Niña, esa fecha que nos sirve para recordar la situación de las niñas en muchos lugares del mundo, que algunos piensan que nos pilla lejos y por eso creemos que no podemos hacer nada por esa otra parte del mundo. Pero entonces, ¿no vivimos en un mundo globalizado? ¿Acaso no hay unas Naciones Unidas y unos Objetivos de Desarrollo Sostenible? ¿No nos lleva un billete de avión a donde queramos ir?

No sólo se puede hacer algo, sino que cada Estado tiene la responsabilidad jurídica de implementar medidas para preservar los derechos de las niñas en cada parte del planeta. Y claro que se pueden desarrollar esas acciones en lo más próximo de nuestra existencia. Pero no, no importa que las niñas sean víctimas de matrimonios forzosos, ni de la mutilación genital, ni que sean veladas y silenciadas, que se les niegue el derecho a la educación, ni que sean engañadas, captadas y coaccionadas para ser prostituidas. Es un asunto baladí que las niñas sean sexualizadas cada día con más presiones estéticas que hacen que algunas odien ser niñas. El Objetivo de Desarrollo Sostenible número cinco se llama “Igualdad entre los sexos” y una de sus metas “Empoderar a todas las mujeres y las niñas”. Otro problema es la palabra empoderamiento, con la que vuelven a errar una y otra vez en su aplicación teórica y práctica. En este artículo di algunos apuntes.

El otro día saltó en los medios una noticia acerca de una mujer boliviana de 45 años y que se llamaba Ana, que había aparecido muerta en un piso convertido en “piso burdel”. En un principio varios diarios trasladaban su incertidumbre ante lo que había podido pasar catalogando esta muerte de “intrigante”. Completaban la información con el perfil de la víctima. Ya habían dado su nacionalidad y añadían que “llevaba veinte años haciendo la calle”. Por lo que se podía leer la había visitado su expareja. Fue una “muerte silenciosa”. “La prostituta fue hallada muerta en un piso turístico”. El “piso burdel” era finalmente “un prostíbulo”. Y la clave: “Todos lo conocen”. Uno de esos medios ya hacía referencia a la autopsia y así ponerle fin al misterio: Murió por la ingesta de sustancias estupefacientes. Y completó la información con fuentes policiales que aseguraban que no había muerto con violencia.

Yo me pregunto qué significa estar sometida a la violencia y perder la vida sin violencia. No puedo asegurar qué ha pasado porque mis fuentes de información son medios de comunicación que tienden a desinformar y que a su vez se nutren de fuentes que difícilmente pueden construir un relato haciéndose cargo de la dimensión de lo que ocurrió en ese piso y en tantos lugares donde los hombres van a buscar a las mujeres para prostituirlas. Tenían razón cuando aseguraban que “todos lo conocen”. Todos conocen ese prostíbulo y todos apartan la mirada en cada piso, rotonda o burdel donde las mujeres son deshumanizadas.

Anestesia de género. Cuando se trata de los derechos y las libertades de las niñas y de las mujeres todo se pospone. Hay una denuncia puntual y algún comité de crisis cuando tres feminicidas asesinan a tres mujeres en un fin de semana, pero no se soluciona nada porque aún no se ha acometido el orden del día del comité de crisis anterior en un julio negro, o agosto negro o septiembre negro cuya tonalidad oscura nos lleva a pensar de inmediato que han sido varios feminicidios en un espacio corto de tiempo. «Es alarmante», «cómo puede ser», se preguntan; pero de inmediato un punto y aparte y a otra cosa.

Este año se cumplen veinte de un momento histórico en nuestro Congreso de sus señorías diputados y diputadas que aprobaron por unanimidad una ley integral que resultó ser pionera y referente en Europa: la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Veinte años de una ley integral que está apoyada por un Pacto de Estado contra la Violencia de Género aprobado en 2017 que, por cierto, contó con algunas abstenciones. Y siguen sin llegar a tiempo y continúan sin identificar las causas estructurales de la violencia contra las mujeres.

El Gobierno más progresista y feminista de la historia no ha establecido como prioridad abordar la violencia contra las mujeres que se manifiesta de diversas formas y que cuando la mujer es asesinada en manos de un hombre ya se ha escalado una escalera cíclica y ya se han normalizado todas las prácticas que llevan a asentar en la sociedad que los hombres pueden hacer lo que quieran con las mujeres, que son los hombres los que toman las decisiones importantes porque no sólo son la medida de lo humano, sino que son los únicos seres humanos que se han otorgado el poder de arrancar a las mujeres ese ser personas.

Anestesia de género. El género no es una performance por mucho que este mismo Gobierno tan progresista y feminista se preocupe tanto por la expresión corporal a través de la vestimenta con ese “cada quien es quien dice ser”. El género es una construcción social y cultural que determina dónde vamos a estar hombres y mujeres en un sistema jerárquico.

Ahora es cuando se escucharía “no todos los hombres” porque convivimos con esos hombres buenos que se espantan y salen en sus redes para manifestar que es brutal que un hombre haya drogado durante años a su mujer, que haya puesto un anuncio en internet para que otros acudan a su casa a violarla, que esos otros lo hayan hecho y que además lo hayan grabado.

¿Cómo puede ser entonces que los vídeos más buscados en páginas de pornografía sean de violaciones? Porque no hay hombres buenos si esos hombres no empiezan a romper con la fratría para continuar con una mirada hacia lo que hacen en su día a día, y poder llegar a reaccionar y tomar partido ante el dolor de las demás.

No todos los hombres, pero sí demasiados. Demasiada violencia, demasiado dolor y demasiada falta de compromiso y de respeto hacia la mitad de la humanidad.

Susan Sontag también nos habla de las atrocidades sin cámara como la llamada Masacre de Nanjing donde violaron a ochenta mil chinas en 1937 o la violación de unas ciento treinta mil mujeres y niñas (entre las que diez mil se suicidaron) por parte de los soldados soviéticos en Berlín en 1945.

«Son recuerdos que a pocos les ha importado reivindicar». La anestesia de género tiene que ver con esa necesidad de olvidar, porque la apatía, la imperturbabilidad se ha ido construyendo en una sociedad que se ha acostumbrado, no reacciona y no toma partido ante el dolor de las demás.

Imagen. Judith decapitando a Holofernes. Artemisia Gentileschi (1613).

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