Skip to main content

La plaza del Diamante, de Mercè Rodoreda

Natalia se encuentra en la plaza del Diamante, con la Julieta. Y se le acerca un muchacho para invitarla a bailar. Ella le dice que ya tiene novio, el Pere. Pero eso no detiene al Quimet que está convencido de que se casará con ella. Y así ocurrió, ese baile fue el inicio de una nueva vida, marcada por las penurias, la guerra y un palomar que servirá de unión en esas etapas de la vida de Natalia, o la Colometa, como la llamó ese chico en aquella plaza adornada con flores, cadenitas de papel de todos los colores y donde la noche era amenizada con los músicos del lugar.

A la escritora no la dejaba bailar su familia en la Plaza del Diamante y su personaje abre las páginas de esta exquisita obra con un baile.

Mercè Rodoreda es considerada una de las escritoras más sobresalientes de la literatura catalana contemporánea. Y su novela, La plaza del Diamante, una de las mejores novelas de posguerra.

Asistimos a un diálogo interior de Natalia. Ella es la narradora y a través de sus observaciones, sentimientos y reflexiones nos situamos en unos años que se hacen difíciles y que se vuelven ominosos por la llegada de la Guerra Civil Española. La guerra con sus secuelas está presente sin ser nombrada de manera explícita. No hay detalles de cada episodio y, sin embargo, somos conocedoras de lo que se va librando en las trincheras, de lo que está viviendo el Quimet y sus amigos: el Cincet y el Mateu. A todos ellos los hemos ido conociendo porque han entrado en la vida de Natalia, y es Natalia quien nos cuenta cómo perecen y cómo todo se va destruyendo. Cómo ellos no regresan y cómo ya no quedan palomas en ese palomar de la casa de la Colometa y que ella misma aborrecía; ya que esta obstinación del Quimet de llenarlo todo de palomas desplazaba de su propia casa a una mujer que también había perdido su identidad. Y es que Natalia no tiene ni voz ni voto y son las palomas las que vuelan, y vuelan libres, dejando a Natalia ahogada en un espacio que no le pertenece y donde ahora es sólo la Colometa.

El Quimet le dejó claro a Natalia desde el principio cuál era su lugar: «Me soltó un gran sermón sobre el hombre y la mujer y los derechos del uno y los derechos de la otra y cuando pude cortarle le pregunté:

-¿Y si una cosa no me gusta de ninguna manera?

– Tendrá que gustarte porque tú no entiendes».

En otra ocasión hablaba Quimet con su amigo Cincet acerca de comprar una moto delante de Natalia y ella, en su diálogo interior, parecía tomar conciencia de su invisibilidad:

«Charlaban como si yo no estuviese allí. Mi madre no me había hablado nunca de los hombres. Ella y mi padre pasaron muchos años peleándose y muchos años sin decirse nada. Pasaban las tardes de los domingos sentados en el comedor sin decirse nada»

La escritora Inmaculada de la Fuente recoge en el capítulo sobre Mercè Rodoreda en el libro Mujeres de la posguerra que «las palomas representan ese hostigamiento que primero inicia el hombre y luego los animales, llevándola a la falta de espacio, al ahogo vital».

Había algo que la ahogaba desde el comienzo. Se trataba del propio matrimonio y lo que vendría tras una noche de bodas que se alargaba una semana y que tenía los domingos como el día en que había que “hacer un niño”. Después de esto enfrentaría el parto y el temor de que eso la partiera, porque le decían que a las mujeres las partían:

«Y cuando él estaba dentro de la cama, para darme ejemplo, como dijo, me empezó a desnudar. Siempre había tenido miedo de que llegase aquel momento. Me habían dicho que se llega a él por un camino de flores y que se sale por un camino de lágrimas. Y que te llevan al engaño con alegría… Porque de pequeña había oído decir que te partían. Y yo siempre había tenido miedo de morir partida. Las mujeres decían, mueren partidas. El trabajo ya empieza cuando se casan. Y si no se han partido bien, la comadrona las acaba de partir con un cuchillo y con un cristal de botella y ya se quedan así para siempre, o abiertas o cosidas, y por eso las casadas se cansan antes cuando tienen que estar un rato de pie».

Finalmente tuvo un niño al que le puso Antoni y al año y medio una niña que llevaba por nombre Rita. Sabemos que la madre de Natalia murió y que su padre estaba ausente para ella y que hizo su vida con otra mujer. En la novela aparece la señora Enriqueta que, según cuenta Natalia, siempre le daba buenos consejos. Ella era como una madre.

Desde que se encontró con ese hombre en la plaza del Diamante su vida fue cambiando. Primero dejó su puesto de trabajo en una pastelería porque el Quimet así lo consideró, después perdió su propio nombre y más tarde se enfrentó a esos temores del encuentro íntimo con un hombre y del acto de parir.

Por si fuera poco trabajo el que hacía fuera de casa y el cuidado de la misma con la atención a la Rita y al Antoni, también tenía que hacerse cargo de un palomar donde el ingente número de palomas traían más suciedad, una suciedad que la Colometa tendría que limpiar. Quimet le decía que él sabía lo que hacía, pero Natalia empezaba a darse cuenta de lo que ella misma no quería:

«Solo oía zureos de palomas. Me mataba limpiando porquería de palomas. Toda yo olía a palomas. Palomas en la azotea, palomas en el piso; soñaba con ellas. La chica de las palomas… Cuando iba por la calle a trabajar a casa de mis señores, el zureo de las palomas me perseguía y se me metía por el cerebro como un moscardón».

La República trajo aires nuevos. Natalia también parece despertar y tomar conciencia de su propia realidad:

«Y todo iba así, con pequeños quebraderos de cabeza, hasta que vino la república y el Quimet se entusiasmó y andaba gritando y haciendo ondear una bandera que nunca pude saber de dónde había sacado. Todavía me acuerdo de aquel aire fresco, un aire, cada vez que me acuerdo, que no lo he podido sentir nunca más. Mezclado con olor de hoja tierna y con olor de capullo, un aire que se marchó y todos los que después vinieron no fueron como el aire aquel de aquel día que hizo un tajo en mi vida, porque fue abril y con flores cerradas cuando mis quebraderos de cabeza pequeños se volvieron quebraderos grandes».

Las estrecheces y la miseria acompañan a Natalia toda su vida, pero ella no desfallece y a pesar de esa aparente personalidad anodina y conformista, de ella va emergiendo una fuerza para seguir adelante; aunque en algún momento flaquee. Quimet no regresó del frente y ella no tiene trabajo, ni dinero para alimentar a su hijo y a su hija. Y está sola. Se le pasa por la cabeza acabar con todo y para ello va a hacerse con una botella de agua fuerte que tampoco puede pagar. Entonces, en el mostrador de esa tienda aparece un rayo de esperanza cuando el tendero, que en numerosas ocasiones vendió a Natalia alverjas, le ofrece trabajar para él porque la mujer que le hacía la limpieza se había despedido por ser demasiado vieja y estar demasiado cansada. El tendero se llamaba Antoni, como su hijo; le puso unas cuantas provisiones de comida en la cesta y ella sacó el agua fuerte. Al llegar a casa Natalia lloró.

Tras este episodio el tendero le propone a Natalia un trato que consiste en casarse con él a cambio de mantener la seguridad de sus hijos. Antoni le explica que le han herido en la guerra y que no puede fundar una familia: «Soy inútil, y con usted ya me encuentro una familia hecha».

Con Antoni Natalia encuentra calma, la seguridad de que a su pequeño Antoni y a Rita no les va a faltar comida, que van a poder estudiar y para Natalia supone ser de nuevo Natalia y tener un compañero con el que comunicarse.

Inmaculada de la Fuente comparte declaraciones de Rodoreda: «No he escrito nunca nada tan alambicado como La Plaza del Diamante. Nada menos real, más rebuscado. La sensación de algo vivo le da naturalidad, la claridad de estilo. Cuando quise escribir otra novela no me sentía con fuerza suficiente para enfrentarme a […] muchos personajes. Necesitaba una estructura como La Plaza del Diamante. Caí en una trampa. Me había metido tan dentro de la piel de mi personaje, tenía tan cerca a Colometa, que no podía huir de ella. Solo sabía hablar como ella. Tenía que buscar a alguien completamente opuesto. Y así nació, ligeramente patética, ligeramente desolada, la Celcilia C., de La calle de las Camelias».

Mercè Rodoreda escribe La plaza del Diamante en su estancia en Ginebra. Allí comienza a pintar en los tres primeros años, pero después se vuelca en la escritura. Inmaculada de la Fuente habla del personaje de Colometa:

«Una colometa de posguerra y estraperlo a la que logró rescatar del habla coloquial de sus años de juventud y trasladarla a Ginebra. ¿De qué extraño yo sacaría a la Colometa, en qué mujer real de la posguerra barcelonesa pensaría al crear a este personaje lleno de matices y ambigüedades que a pesar de vivir una existencia plana, aterrorizada y sometida, muestra una sensatez, un coraje y una capacidad de supervivencia fuera de lo común? Lo que escribe Rodoreda no es la novela del exilio, sino de la posguerra, quizá porque sólo ella había roto amarras con todo podía desdoblarse a la vez en la Mercè que hizo la guerra y la que quedó en parte olvidada en Cataluña, una Colometa que no estaba tan lejos en el fondo de esa señora Prats que escribía sin cesar cada vez que su amante se marchaba de viaje para leerle los folios terminados de vuelta».

Cuando la periodista Esther Benítez le pregunta en una entrevista allá por el año 1981 a Mercè Rodoreda por el éxito de esta novela aludía a todo lo trabajado a nivel narrativo a pesar de su sencillez, la mejora con respecto a sus cuentos anteriores y la simpatía que despierta el propio personaje, “esa Colometa asombrada delante del mundo, delante de la vida y delante de todo”.

Rodoreda revelaba que no era feminista y, sin embargo, en esta novela ha mostrado la alienación de la protagonista, la dominación del marido, el mundo asfixiante del sometimiento al que es arrastrada y una pequeña toma de conciencia donde Natalia consigue darse cuenta, a través del palomar, que está siendo anulada. Puedo decir que a lo largo de estas páginas encontramos una perspectiva feminista y una prosa deliciosa.

A la escritora catalana le preocupan los detalles cuando escribe, que tengan relación con el argumento de la obra, «lo importante en La plaza del Diamante es esa mezcla entre banalidad y poesía; es esto lo que llega a producir esa especie de dramatismo. Pero esto es inconsciente, no es buscado; salió así». En esta entrevista también declara que fue escribiendo unos capítulos de su otra novela Espejo roto cuando se le ocurrió esta novela que aquí he traído y que la arrastró.

Quien lea esta novela no paseará indiferente por la plaza del Diamante y tampoco verá de la misma manera a las palomas. Y por supuesto amará sobre todas las cosas el talento de Mercè Rodoreda para dejarnos esta obra maestra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *