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Sobre el empoderamiento de las mujeres

Un día de no hace mucho acudí con mi perro a su centro de veterinaria para la cita anual de la vacuna antirrábica. Me quedé observando un pequeño cartel que descendía del techo lo suficiente para quedarse en suspensión meciéndose con el aire acondicionado. En dicha cartulina se leía: “Empodera a tu perro. Vacúnalo contra la leishmaniosis”.

Me pregunté qué era la leishmaniosis y lo busqué cuando llegué a casa, pero lo me llamó la atención de ese mensaje fue el uso del término “empoderamiento”.

A menudo tanto el empoderamiento como el feminismo se convierten en una palabra de moda que se utiliza para todo lo que se nos ocurra. Así, si vamos a reunirnos con unas amigas en un parque podemos decir que se trata de un “picnic feminista” con “cervezas feministas”. Si cuestionamos la pornografía hay quien nos advierte de que estamos equivocadas en denunciar allí la violencia sexual porque si le ponemos la palabra comodín ya estamos ante un “porno feminista” y ya no hay violencia sexual contra las mujeres. Esto ocurre también con eso que llaman “transfeminismo” o “feminismo islámico”; una unión que da lugar a un oxímoron ya que el feminismo es uno, no está al otro lado ni trata sobre una teoría de las identidades sino de una cuestión de opresión histórica en base al sexo. Y tampoco se puede hablar de feminismo islámico porque el feminismo es una teoría política para la liberación de las mujeres, no para tenerlas supeditadas a una religión que en su nombre y con el uso político de la misma las mantiene veladas y las asesina cuando no cumplen con el mandato.

He repetido a menudo las palabras de Amelia Valcárcel cuando dice que el feminismo es una rebelión éticamente guiada y el año 2022 nos ha dejado un ejemplo de lucha por los derechos de las mujeres, una rebelión en Irán liderada por las mujeres que se han manifestado contra la imposición del uso del velo. Y lo han hecho movidas por la rabia y el dolor tras el asesinato de Mahsa Amini, una joven de 22 años que fue detenida en Irán por no llevar bien colocado el velo, incumpliendo las leyes de código de vestimenta, y que murió asesinada en manos de la policía de la moral en una jefatura de Teherán. A los pocos días otra joven llamada Nika Shakarami de 17 años se unió a las manifestaciones por la muerte de Mahsa y recibió seis disparos que acallaron la voz de la disidencia y de la libertad. Una libertad defendida por partidos de izquierda a este lado que mantienen que el velo es una elección.  

Según esta lógica el empoderamiento es elección, a pesar de que aquello que elijamos vaya en contra de nuestra emancipación. Y por el mero hecho de elegir eso por lo que optamos ya obtenemos el poder. Al final el empoderamiento al igual que la felicidad son cuestiones que se eligen y no estar empoderadas o no ser felices es “culpa” nuestra.

Según la RAE el empoderamiento es definido como “acción y efecto de empoderar”. Y “empoderar” en su primera acepción significa: “Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”.

Si hablamos de grupos sociales, las mujeres pertenecen –pertenecemos- al grupo social oprimido en la sociedad patriarcal y el empoderamiento se convierte en factor clave para subvertir ese orden injusto.

Fue en la III Conferencia Mundial de Mujeres en Nairobi donde investigadoras y activistas desarrollaron el llamado enfoque de empoderamiento.

En un documento bajo el título Reflexiones feministas sobre el empoderamiento de las mujeres de 2013, elaborado por Clara Murguialday se recoge:

«Analizando la situación de las mujeres desde una perspectiva basada en las necesidades e intereses de las más pobres, las activistas hicieron de las creaciones de las organizaciones de mujeres y los planteamientos feministas los pilares de una nueva estrategia para enfrentar las estructuras que determinan las vidas cotidianas de millones de mujeres. Desde entonces, muchas organizaciones de mujeres califican como empoderamiento la estrategia pro igualdad que hace del fortalecimiento de las capacidades y la autonomía de las mujeres la herramienta clave para transformar las estructuras que perpetúan la dominación masculina».

Insisto en que el empoderamiento se llega a establecer como requisito sine qua non para el Objetivo cinco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, es decir, es necesario empoderar a todas las niñas y mujeres para alcanzar la igualdad entre los sexos dado que vivimos en una sociedad donde las mujeres padecemos una desigualdad estructural.

¿Cómo puede ser que perpetuar esa desigualdad estructural sea un acto de empoderamiento? ¿En qué momento se empodera una mujer prostituida o una mujer que acata taparse la cabeza para no mostrar ni un solo mechón de pelo? ¿Cómo altera estas prácticas las relaciones de poder? ¿Qué empoderamiento hay en que una mujer aparezca medio desnuda para dar la entrada en el año nuevo mientras un señor con traje la acompaña en ese acto de hipersexualización que ella “elige”?

La filósofa Ana de Miguel da en muchas claves para abordar estos mitos con uno del que se desgrana todo el cuerpo de concepciones erróneas: el mito de la libre elección. En su libro Neoliberalismo sexual, el mito de la libre elección nos habla del lema “lo personal es político”:

«Con este lema se quiere expresar que las decisiones que toman las mujeres sobre sus vidas personales, como cargar con las responsabilidades domésticas, no son fruto de la libre elección y de sus negociaciones como pareja sino de un sistema de poder, es decir, político, que no les deja más opción porque ellos “no van a cambiar”. Sin embargo, la militancia y el asociacionismo con otras mujeres proporcionan un empoderamiento en que las mujeres se enfrentan de forma explícita a su condición de “segundo sexo” y a los múltiples miedos que la sociedad les ha imbuido desde pequeñas para afirmarse como personas, tengan o no un hombre al lado».

Simone de Beauvoir que es quien da el nombre de “El segundo sexo” a su ensayo publicado inicialmente en dos tomos, comienza con el planteamiento de la cuestión ¿qué es ser mujer?:

«El enunciado mismo del problema me sugiere inmediatamente una primera respuesta. Es significativo que me lo plantee. A un hombre no se le ocurriría escribir un libro sobre la situación particular que ocupan los varones en la humanidad. Si me quiero definir estoy obligada a declarar en primer lugar: “soy una mujer”; esta verdad constituye el fondo sobre el que se dibujará cualquier otra afirmación. Un hombre nunca empieza considerándose un individuo de un sexo determinado: se da por hecho que es un hombre […] La mujer se determina y se diferencia con respecto al hombre, y no a la inversa; ella es lo inesencial frente a lo esencial. Él es sujeto, es el Absoluto: ella es Alteridad».

Es interesante este apunte, sobre todo, en momentos donde se reafirma que los hombres definen qué es ser mujer, determinando lo que nos empodera mientras seguimos siendo alteridad. Por lo tanto, como apuntaba Celia Amorós, las mujeres hemos sido heterodesignadas por los hombres, es decir, el patriarcado se ha encargado de definir a las mujeres. Me resulta relevante traer aquí la heteronomía sobre la que escribe Amelia Valcárcel en su libro Sexo y filosofía: Sobre mujer y poder y extenderme con sus palabras:

«La mujer aparece como una designación que se resuelve en figuras fantasmáticas. Fue Simone de Beauvoir la primera en hacer fenomenología de lo mujer tal como ha sido pensado por el varón […] La primera en hacer filosofía tomando así entre las manos un logos que siempre se mantuvo a la conciencia mujer en la heteronomía.

Bajo la norma de otro, bajo el nombre de otro, ésa es la esencialidad que, aunque bien descubierta y alabada por Rousseau cuando el sujeto libre moderno nacía –las mujeres, afirma, no tienen otro ser que aquel que queramos darles porque no son nada en sí sino que dependen de la opinión masculina–, ha mantenido cerrado el genérico mujeres dentro de su condición justamente genérica. Esta condición genérica heterónoma se resuelve entonces en las figuras de lo femenino, finitas, que la conciencia dominante aprueba dentro de su especial simbólica. Beauvoir analiza esas figuras en cuatro concreciones normativas preparadas para ser vividas y en cuatro figuraciones-fantasmas bajo las que fabular al radicalmente Otro, ése que las mujeres conocemos bien y que comienza su enunciación por el ensalmo vosotras las mujeres (sois, pensáis, hacéis, etc…) En el origen del genérico la mujer se encuentra esta designación heterónoma que excluye justamente a las mujeres de la esfera de la individualidad y del pacto (forman de hecho el material de los pactos patriarcales), y fuera del pacto nos mantenemos a poco que se analicen las disfunciones diarias en el poder. Por qué no se tiene poder se explica bastante bien a la luz de la falta de costumbre en el pacto, a falta de costumbre sobre todo de los varones en pactar algo que no sea la relación sexual o la doméstica, para condenarlas a la encarnación de las figuras de lo absolutamente Otro, llegado el caso de lo absolutamente Diverso y, para torpedad romántica, de lo Otro-Misterio».

Termino con otra cita que la filósofa Ana de Miguel recoge en su libro Ética para Celia:

«Como decía Celia Amorós, “no resignifica quien quiere sino quien puede”. Tenéis que lograr poder simbólico suficiente para universalizar vuestros valores».

Estar empoderada no es un sentimiento, es tener poder y es ahí cuando nos nombramos, cuando somos y cuando decidimos, a pesar de que sea difícil en este escenario de un patriarcado que no solo existe sino que se presenta demasiado arraigado, cuyo sujeto sigue ocupando sus espacios de poder mientras define también qué es ser mujer en los que nosotras hemos ido conquistando.

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