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Simone de Beauvoir, una aproximación feminista a El segundo sexo

Simone de Beauvoir fue una filósofa existencialista que se convirtió en feminista al analizar la situación de la mujer en su ensayo El segundo sexo. Y aquí, situación, es clave para entender el concepto de libertad en la filosofía existencialista donde no hay una esencia predeterminada sino la realización de proyectos para la trascendencia, de ahí que la existencia preceda a la esencia. No obstante esta realización se encuentra con obstáculos que le son impuestos a la mujer en una sociedad que es patriarcal.

Antes de El segundo sexo: la filosofía existencialista

A Simone de Beauvoir le dijeron que explicara el existencialismo “en pocas palabras”, “en una frase”, y claro, como cuenta en su libro Fragmentos existencialistas y otros textos, desilusionó a su interlocutor pues no se puede abordar ni siquiera en un artículo tal petición. De igual modo aquí no pretendo hacer una reseña de El segundo sexo, y tampoco dar yo misma esos apuntes sobre el existencialismo. Me voy a situar como la mensajera, como el nexo con la fuente, que es hacia donde nos debemos dirigir siempre que sea posible; y así reflexionar sobre lo que me interesa especialmente: exponer lo que la filósofa escribió y alejar los malentendidos e intentos de tergiversar su pensamiento. Simone de Beauvoir hizo lo propio con el existencialismo y por ello dejo unas notas extraídas de la obra citada:

«El existencialismo es ante todo una filosofía. Descenso sobre las bases teóricas y afirma ser una actitud práctica y viva hacia los problemas planteados por el mundo actual.

El individuo busca con angustia encontrar su lugar en un mundo al revés.

La voluntad de ser libre es suficiente para la libertad, pero esa voluntad sólo puede posponerse luchando contra los obstáculos y las opresiones que limitan las posibilidades concretas del hombre.

La tarea del hombre es una: moldear el mundo dándole un significado. Este significado no se da antes de tiempo; igual que la existencia de cada hombre tampoco se justifica antes de tiempo.

Separada de la voluntad humana la realidad del mundo no es más que un absurdo. Pero en realidad no hay desesperanza, ya que creemos que es posible para el hombre arrebatar el mundo a la oscuridad del absurdo, vestirlo de significaciones y proyectar metas válidas en él».

El existencialismo, come recuerda Teresa López Pardina en El segundo sexo, analiza los problemas desde la experiencia vivida que es lo que Simone de Beauvoir desarrolla en la segunda parte del ensayo mencionado. Por ello la pensadora se va a ocupar de la mujer desde la posición de su cuerpo pero percibido en una sociedad que le pone límites. La conocida frase sacada de contexto precisamente en su propio contexto condensa lo que se encuentra en sus páginas:

«No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico, económico, define la imagen que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; el conjunto de la civilización elabora este producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino. Sólo la mediación ajena puede convertir un individuo en Alteridad».

En 1947 Simone de Beauvoir, que ha podido estudiar filosofía, realizarse, sentirse al mismo nivel que sus compañeros y no notar la discriminación sobre su sexo, empieza a observar a su alrededor y ve cómo sólo unas pocas mujeres han logrado sus metas al igual que ella. Teresa López Pardina recoge en la introducción de El segundo sexo que el interés de Simone de Beauvoir para investigar le vino tras escuchar a varias mujeres que habían rebasado los cuarenta, que incluso después de haber desarrollado ocupaciones en la vida coincidían en afirmar que sentían haber vivido como “seres relativos”.

En una compilación de entrevistas editadas por Ennegativo Ediciones Alice Schwarzer le pregunta a Simone de Beauvoir por la condición de mujer:

Alice Schwarzer: En un comentario sobre El segundo sexo me has dicho que el problema de la feminidad no te había afectado personalmente y que sentías que estabas en “una posición de considerable imparcialidad”. ¿Quiere decir que, individualmente, una mujer puede escapar de su condición, como mujer, en el mundo profesional y en sus relaciones con los demás?

Simone de Beauvoir: ¿Escapar completamente de su condición de mujer? ¡No! Tengo un cuerpo de mujer. Pero en realidad, tuve mucha suerte. Escapé a la mayoría de las servidumbres de las mujeres, las de la maternidad y las del ama de casa. Y profesionalmente, en mi época menos mujeres cursaban estudios superiores. Graduarse de una licenciatura en filosofía era situarse de manera privilegiada entre las mujeres. Como resultado de mi éxito, fui reconocida por los hombres; ellos estaban listos para dar un reconocimiento amistoso a una mujer que tuvo éxito tan bien como ellos lo hicieron, porque era bastante excepcional. Ahora, muchas mujeres continúan sus estudios seriamente y los hombres temen perder sus lugares. En general, si usted admite como lo hago yo, que una mujer no está obligada a ser esposa y madre para tener una vida completa y feliz, entonces algunas mujeres pueden llevar a cabo sus vidas.

En el existencialismo es necesario un proyecto para alcanzar la libertad. El problema viene cuando hay un límite al proyecto y esto es lo que Simone de Beauvoir expone cuando hace un recorrido por la niña, la joven, la madre… Para ella es importante la base material del cuerpo, pero va más allá, ya que para entender la posición de nuestro sexo es necesario saber cómo se han construido esos límites:

«La biología no es suficiente para ofrecer una respuesta a la pregunta que nos ocupa: ¿por qué la mujer es la Alteridad? Se trata de saber lo que la humanidad ha hecho con la hembra humana».

La mujer se hace en una sociedad patriarcal

Su situación es lo que hace que sea una esclava. Empecemos por el principio. ¿Qué es ser mujer?:

«A un hombre no se le ocurriría escribir un libro sobre la situación particular que ocupan los varones en la humanidad. Si me quiero definir, estoy obligada a declarar en primer lugar: “soy una mujer”; esta verdad constituye el fondo sobre el que se dibujará cualquier otra afirmación. Un hombre nunca empieza considerándose un individuo de un sexo determinado: se da por hecho que es un hombre. Si en los registros civiles, en las declaraciones de identidad, las rúbricas hombre o mujer aparecen como simétricas es una cuestión puramente formal. La relación entre ambos sexos no es la de dos electricidades, dos polos: el hombre representa al mismo tiempo el positivo y el neutro, hasta el punto que se dice “los hombres” para designar a los seres humanos, pues el singular de la palabra vir se ha asimilado al sentido general de la palabra homo. La mujer aparece como el negativo, de modo que toda determinación se le imputa como una limitación, sin reciprocidad».

Sólo hay que observar cómo ha sido la relación entre los sexos a lo largo de la historia y cómo sigue siendo en nuestros días para constatar que por mucha igualdad formal que hayamos alcanzado en bastantes países ni siquiera aquí la igualdad es real. Como si de dos castas se tratara, como esboza Simone de Beauvoir: ellos con situaciones más ventajosas, mayor reconocimiento, mejores salarios y posiciones de poder. La mujer “participa” en esta construcción en tanto que forma parte de la elaboración del mundo y se relaciona con el hombre intentando realizarse en lo que éste le deja:

«La mujer no se reivindica como sujeto, porque carece de medios concretos para hacerlo, porque vive el vínculo necesario que la ata al hombre sin plantearse una reciprocidad».

Las niñas no son pasivas desde la biología sino desde la educación y la sociedad que las lleva por ese camino. Es así como se mata su curiosidad, su necesidad de explorar y como se restringe su movimiento. Los niños sí son educados para que nada les frene, para que el empuje a subir árboles se traduzca en poder escalar aquello que se propongan y así llegar a lo más alto de su realización profesional. Aquí está claro la construcción del objeto y del sujeto:

«En la mujer encontramos desde el principio un conflicto entre su existencia y autonomía y su “ser otro”; se le enseña que para gustar hay que tratar de gustar, hay que convertirse en objeto; debe renunciar, pues, a su autonomía. Se trata de una muñeca de carne y se le niega la libertad; así se cierra un círculo vicioso, porque cuanto menos ejerza su libertad para comprender, captar y descubrir el mundo que la rodea, menos recursos encontrará en él, menos se atreverá a afirmarse como sujeto; si se le empujara a ello, podría manifestar la misma exuberancia vital, la misma curiosidad, el mismo espíritu de iniciativa, la misma osadía que un niño».

No hay, por tanto, un destino, pues eso sería afirmar una esencia. Sí hay una realidad material y a partir de ahí una construcción de lo que significa el desarrollo de su propio cuerpo:

«Los chicos también, en el momento de su pubertad, viven su cuerpo como una presencia embarazosa, pero como están orgullosos desde la infancia de su virilidad, trascienden orgullosamente hacia ella el momento de su formación; se muestran unos a otros con satisfacción el vello que crece sobre sus piernas y los convierte en hombres; más que nunca, su sexo es un objeto de comparación y de desafío. Convertirse en adultos es una metamorfosis que los intimida: muchos adolescentes sienten angustia cuando se anuncia una libertad exigente, pero acceden con júbilo a la dignidad de hombres. Por el contrario, para transformarse en personas mayores, las niñas tienen que confinarse dentro de los límites que les imponga su feminidad. El chico admira en el vello naciente promesas indefinidas; ella se queda perpleja ante ‘el drama brutal y cerrado’ que decide su destino. Al igual que el pene saca del contexto social su valor privilegiado, el contexto social convierte la menstruación en una maldición. El uno simboliza la virilidad, la otra la feminidad: porque la feminidad significa alteridad e inferioridad, su revelación se acoge con escándalo. La vida de la niña siempre se le aparece como determinada por esta esencia impalpable a la que la ausencia de pene no consigue dar una imagen positiva: se ve a ella misma en el flujo rojo que se escapa entre sus muslos».

Uno de los obstáculos de la joven es la “servidumbre menstrual”. Podemos decir que ese sangrado no es malo, sin embargo, la sociedad envía el mensaje de la mujer histérica, de un cuerpo enfermo y frágil. No se le presta atención a los cambios que se producen, a lo que esa mujer siente y padece durante ese periodo de cada mes: «Lo que mina el cuerpo femenino es en gran parte la angustia de ser mujer».

Esta angustia de ser mujer, tal como Simone de Beauvoir continúa escribiendo, no se da por la situación biológica de la mujer sino por cómo se percibe:

«Si nadara, si escalara cumbres, si pilotara un avión, si luchara contra los elementos, si asumiera riesgos y se aventurase, no sentiría tanto ante el mundo la timidez a la que me refiero. Si estas singularidades adquirieran un valor, es dentro del conjunto de una situación que le permite muy pocas salidas, y no de forma inmediata, sino confirmando el complejo de inferioridad que se ha desarrollado en ella desde su infancia».

Volvemos a lo que hace la sociedad con la hembra humana. La mujer busca su emancipación y la encuentra desarrollando su profesión y alcanzando la independencia económica, esa habitación propia de la que hablaba Virginia Woolf.

No obstante, este camino andado no las sitúa, a las que llegan a él, en la misma posición del hombre: «La mujer que se libera económicamente del hombre no está por ello en una posición moral, social, psicológica idéntica a él. La forma en que se implica en su profesión y se consagra a ella depende del contexto que constituye la forma global de su vida».

Todo esto tiene que ver, de nuevo, con la situación de la mujer, la configuración de la sociedad y la construcción de las posiciones en función de su sexo:

«El privilegio que tiene el hombre y que se advierte desde la infancia es que su vocación de ser humano no va contra su destino de varón. Mediante la asimilación del falo y de la trascendencia, sus éxitos sociales o espirituales le procuran un prestigio viril. No está dividido. Sin embargo, se pide a la mujer que, para realizar su feminidad, se convierta en objeto y en presa, es decir, que renuncie a sus reivindicaciones de sujeto soberano».

Por ello la clave está en que «desde la más tierna edad se educara a la niña con las mismas exigencias y los mismos honores, las mismas severidades y las mismas licencias que sus hermanos, participando en los mismos estudios, los mismos juegos, a la espera de un mismo futuro, rodeada de mujeres y hombres que se le aparecerían inequívocamente como iguales».

Sólo así la niña, convertida en mujer, dejará de ser inmanencia, anclada y sometida al proyecto de otro para trascender en un proyecto propio siendo sujeto y por lo tanto caminando hacia la voluntad de ser libre, sin obstáculos en el camino impuestos por su situación.

Imagen: Foto de carnet de Simone de Beauvoir en 1939. F. Hanoteau / Éditions Gallimard. (Publicada en Infolibre).

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