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Pequeñas demoras sin importancia

Otra vez el tren con demora. La megafonía siempre anuncia “incidencias técnicas” y pide disculpas por las molestias ocasionadas; esta vez la contrariedad se estima en media hora, ¡treinta minutazos de espera! El tiempo es relativo, pero la realidad es que pasa muy rápido sea lo que sea que hagamos, aunque eso que hacemos suponga esperar un tren en una estación abarrotada con gente al lado hablando de la Navidad mientras se fuma el cigarro prohibido por el cartel que pasa desapercibido. Peor sería la cola del supermercado y el eterno retorno tal como lo ilustra la filósofa Ana de Miguel en su ensayo Ética para Celia: Contra la doble verdad. Decía la filósofa que la doble verdad se abría paso ante las niñas que eran sacadas del mundo de las ideas a la caverna del supermercado, y allí empezaba la cola de las verduras, la cola de la carne, la cola de la fruta… Colas que se hacían eternas y que volvían una y otra vez cada día.

En cuanto al viaje, el lado positivo de que se retrase es que se puede avanzar en la lectura de libros como el citado.

Hay dos chicas sentadas en un banco que parecen amigas. Lo intuyo porque de vez en cuando comentan los vídeos que cada una visualiza en su dispositivo móvil. Salvo esos momentos esporádicos la cabeza se mantiene en una posición preocupante para la salud cervical. Con su edad no habría hecho esta observación postural, y claro, tampoco existía Instagram y nosotras, las amigas, sí hablábamos mirándonos a los ojos y cuando conseguimos tener móvil tirábamos de ingenio en esto de la concisión para no desperdiciar ninguno de los caracteres permitidos. En cuanto a la música era imposible escuchar el walkman o el discman sin auriculares.

Hay algo que me molesta en la nueva mensajería, y es esta costumbre de enviar veinte mensajes para trasladar una idea, algo que se puede condensar con los pertinentes signos de puntuación para que sólo sea un envío y una única notificación. Sé que existe el modo silencio; y sí, es mi recurso. No obstante, cuando estás en un grupo impresiona abrir y encontrar “200 mensajes no leídos”. No me imagino lo que debe ser habitar los grupos de madres, porque ya sabemos que la conciliación no ha llegado y ellos no tienen tiempo para esas cosas.

Volviendo a los “reels” están las personas que se colocan en su asiento (eso si no han ocupado el tuyo) y empiezan a deslizar el dedo haciendo partícipe a la que está al lado de recetas, “chistes”, compras desmesuradas que dan sentido al contenido de la cuenta en cuestión llamadas “hauls” o simplemente rompiendo la privacidad de algún amigo, colocando el audio con el plan del finde o con el drama que atraviesa en modo altavoz. Voy a lanzar un propósito antes de que termine el año: la próxima vez que alguien escuche música o lo que sea a un volumen molesto para el resto, voy a empezar a leer en voz alta algún párrafo de la lectura que lleve en ese instante.

Un grupo de chicos se encuentra planeando la salida del sábado. Uno de ellos está liado con un trabajo y no sabe si se va a apuntar. Se ve agobiado. Como se suele decir, la vida le sobrepasa. Quizás consigan animarle en el tiempo que dure la demora y el propio trayecto. El otro día leí un artículo basado en la última Encuesta sobre Uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias donde se recogía que los jóvenes beben y fuman menos (también incluido el cannabis, pero sin contar el cigarrillo electrónico). Qué buena noticia. Puede que salgan menos y que conecten más con plataformas de streaming. Y para valorar si es adecuado lo que ven sería necesario analizar los contenidos ya que las expertas advierten del consumo de pornografía a edades tempranas y cómo esto marca las relaciones sexuales en la adolescencia y la reproducción de la violencia de ellos hacia ellas.

Una señora con traje de chaqueta y cabello corto peinado de tal manera que no deja nada al azar está portando tantas bolsas que le faltan manos para sujetarlas. Me pregunto qué habrá comprado. ¿Serán regalos? ¿Habrá elegido con exquisito detalle cada opción o se ha dedicado a coger lo que sea para salir del paso? ¿Se tratará de ropa que no necesita y que va a formar parte de esos outfits que quedarán en el armario invisibles a su vista por tantas prendas similares? Por la marca de la empresa perfectamente definida en el papel que guarda el producto sé que hay elementos para el cuidado de la piel. Indudablemente ahora viene la época del consumismo, de crear necesidades que no tenemos y de ir a por ellas para formar parte de ese mundo que cala por todos lados y cuya audiencia principal son las mujeres. Al parecer las mujeres también tenemos que luchar contra la edad. Y no me extraña que sea tan eficaz cada estrategia del patriarcado ya que intentar ir contra algo inevitable nos desvía de otros objetivos y supone un desgaste. Nos desgasta a nosotras. El sistema queda fortalecido. Y es que una rutina de belleza de diez pasos es insostenible desde varios ángulos. La escritora Naomi Wolf escribe en su ensayo El mito de la belleza:

 «La “belleza” es un sistema monetario semejante al del patrón de oro. Como cualquier economía está determinada por lo político y en la actualidad, en Occidente, es el sistema último y más eficaz para mantener intacta la dominación masculina. El hecho de asignar valor a la mujer dentro de una jerarquía vertical y según un patrón físico culturalmente impuesto supone la expresión de una relación de poder según la cual las mujeres deben competir de forma antinatural por los recursos que los hombres se han otorgado a sí mismos […] Si el mito de la belleza no se basa en la evolución, la sexualidad, el género, la estética o Dios, ¿en qué se basa entonces? Afirma tener que ver con la intimidad, el sexo, la vida… ser un elogio de la mujer. En realidad se compone de cierta distancia emocional, de política, de economía y la cultura actuales para montar una contraofensiva frente a las mujeres».

Otra de las cuestiones es cómo nos representa la industria de la moda, casi siempre por los suelos o con lumbalgia. La cosa cambia cuando tenemos la  regla, que damos volteretas y somos imparables. Pero esto es para otro capítulo de esta observación costumbrista.­­

Me encantan las estaciones de trenes con ese ir y venir de la gente, tan distinta y tantos destinos diferentes. Personas que caminan lentas con maletas que parecen adelantarle el paso; otras apresuradas con el billete en la mano. Las que bajan a la vía cuando ya está en el cartel luminoso la ciudad a la que se dirigen a pesar de que la máquina no haya llegado aún. Otras esperan hasta el último momento porque no merece la pena estar de pie mirando el reloj y asomando continuamente hacia ese túnel oscuro que en cuestión de tiempo y con el retraso pertinente dejará atrás la incertidumbre de la espera. Cabezas agachadas y ojos fijos en los llamados smartphones; auriculares inalámbricos para no tener ninguna sujeción, ir más libres; y a la vez desconectar de ese ajetreo que pasa inadvertido. Pocas personas llevan libros, y hace unos meses una librería en Córdoba cerró sus puertas. Bueno, quizás estén dentro de esas maletas que tan bien se deslizan. El momento caótico se da cuando se juntan la llegada y la salida y hay quien todavía no entiende quién debe ceder y pierde la cortesía de dejar salir a las que llegan antes de instalarse en su asiento. Si es que lo busca, porque en ocasiones aquí también piensa que su yo está por encima de una numeración y se quedará ahí, entre la tranquilidad y la indiferencia ante la posibilidad de que alguien le pida que se mude cuando se haya iniciado la marcha. Ya sólo queda esperar el silencio y la calma del interior, porque no hay nada como sentir el traqueteo de eso que nos desplaza pasando campos a cierta velocidad mientras una lee algo que tiene entre manos o decide deleitarse con ese paisaje en movimiento.

Antes de subirme para volver a casa pasé por la biblioteca y tomé prestado Diario de una soledad de May Sarton. Y ahora que llega el fin de semana no hay nada más placentero que apagar el ruido, encender una vela que huela a otoño y adentrarse en la soledad de una escritora en mi propia soledad. El deleitoso momento se completa cuando entra en escena el sonido de un tren en el silencio de la noche.

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