A veces se habla de conceptos que no se tienen integrados. Esto nos da como resultado a hombres conversando sobre hombres, pero saliéndose de ahí como si ellos, los buenos hombres, los deconstruidos, no perteneciesen al mismo grupo. A menudo son hombres encumbrados en entornos que se podrían definir a priori como feministas puesto que hoy en día el feminismo pasa a ser un producto que cualquiera adquiere y sobre el que puede disertar necesitando tan solo una cuenta en Instagram o un canal en YouTube. La clave estaría en contar con muchos seguidores, y seguidoras; que el patriarcado, recordemos, no se hubiese consolidado sin la connivencia de las mujeres.
Otro punto interesante en esta cuestión sería el concepto de opresión. En esta materia el conocimiento anda un poco flojo y nos obligaría a repasar para no suspender e ir a septiembre. Solemos escuchar que el patriarcado también es malo para los hombres porque les oprime.
Comencemos por el origen: el patriarcado. Tal como lo define Victoria Sau en su diccionario ideológico feminista:
El patriarcado es una toma de poder histórica por parte de los varones y como aduce Gerda Lerner tiene su origen en el proceso histórico, es decir, es un sistema histórico que no se da de repente, sino que se crea y se desarrolla en el transcurso de casi 2500 años. La historiadora apunta que de la misma manera que aparece en el proceso histórico puede desaparecer en el mismo proceso histórico. Uno de los problemas que nos encontramos para acabar con el patriarcado es negarlo, hacerlo invisible, ocultando así a su sujeto político; esto es, el patriarcado es un sistema donde los hombres como grupo -todos los hombres- toman el poder y ejercen dominación.
Ellos son los opresores sometiendo a la otra parte de la sociedad, las mujeres. Gerda Lerner también escribe sobre las construcciones metafóricas que vienen desde la filosofía aristotélica y que aseveran que las mujeres son seres incompletos y defectuosos. Así, «aquí se encuentra la raíz de estos sistemas simbólicos de la civilización occidental, con lo que la subordinación de las mujeres se ve como algo natural tornándose invisible. Esto es lo que finalmente consolida la fuerza del patriarcado como una realidad y como una ideología».
Aquí me apetece traer unas palabras distendidas que la filósofa Ana de Miguel pronunció en medio de una conferencia: «No es nada personal, chicos, estamos analizando un sistema de opresión».
La opresión se situaría del lado de la desigualdad estructural. Las mujeres hemos padecido a lo largo de la historia una desigualdad estructural puesto que la sociedad se ha dispuesto en base a una jerarquía sexual donde los hombres han detentado ese poder del patriarcado en la esfera social, cultural, política y económica. A las mujeres, como grupo, se nos ha excluido de todas las esferas de realización y se nos ha sometido a los dictados de los hombres. Se nos han negado derechos fundamentales como la ciudadanía y la educación, se ha decidido sobre nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y nuestros derechos reproductivos.
Se nos ha privado de alimento y de la libertad, en cada parte del mundo. De ahí la agenda feminista abierta por distintas páginas y de ahí las llamadas olas del feminismo. Ahora nos parece lo más normal ir a las urnas, pero tuvo que existir un movimiento sufragista donde las mujeres eran encarceladas y alimentadas a la fuerza en sus huelgas de hambre por pedir el voto para las mujeres, algo que iba más allá del propio voto y que nos hace estar aquí con nuestros derechos políticos y sociales.
Para entender el concepto de opresión y patriarcado voy a dejar una reflexión de Gerda Lerner a propósito de la posible existencia de un matriarcado:
«Creo de veras que solo puede hablarse de matriarcado cuando las mujeres tienen un poder sobre los hombres y no a su lado, cuando ese poder incluye la esfera pública y las relaciones con el exterior, y cuando las mujeres toman decisiones importantes no solo dentro de su grupo de parentesco sino también en el de su comunidad. Continuando la línea de mi anterior exposición, dicho poder debería incluir el poder para definir los valores y sistemas explicativos de la sociedad y el poder de definir y controlar el comportamiento sexual de los hombres. Podrá observarse que estoy definiendo el matriarcado como un reflejo del patriarcado. Partiendo de esta definición, he de terminar por decir que nunca ha existido una sociedad matriarcal».
Por lo tanto, si hay patriarcado hay opresión; y esta opresión no es bidireccional por las características del propio sistema, su estructura y su forma de operar. El patriarcado no es un ente sino el gobierno de los padres y este gobierno es liderado por las personas de sexo masculino, aunque se pinten las uñas de morado, sepan citar a alguna autora feminista, lloren de vez en cuando o hagan la cena.
Ya que mientras los hombres ejerzan poder y violencia sobre las mujeres, mientras ellos ocupen las posiciones de poder y liderazgo ya sea en las empresas, en los medios o en las Naciones Unidas o mientras ellos sean la medida de lo humano, deberemos dejar el #notallmen y comenzar a decir que son todos los hombres, todos los hombres del patriarcado los que hacen que goce de tan buena salud y se convierta en el sistema de todos los sistemas. Ellos arriba determinando el orden mundial y nosotras abajo, acatando.
Continuemos con el mantra de “no todos los hombres”. A poco que nos conectemos a Internet, sintonicemos una cadena de radio o nos sentemos frente a unos informativos vamos a ver y escuchar, cada día: que un hombre ha violado a una chica, que un hombre ha asesinado a su expareja, que un hombre ha acosado sexualmente a una mujer, que otro hombre ha asesinado al hijo de su pareja y después se ha intentado suicidar.
Cada día vamos a saber de hombres que van a los prostíbulos, hombres que ven y defienden la pornografía ya que según ellos eso es ficción y de la misma manera que nos cuentan el rollo de la “masculinidad hegemónica” y de la “nueva masculinidad” también nos intentan convencer sin éxito de la “pornografía mainstream” y otra alternativa y “feminista”; al igual que esa prostitución libre que, aseguran, hay que diferenciarla de la trata.
Esto es el día a día en el patriarcado. Los telediarios abren con la noticia de un nuevo feminicidio, conmemoramos el 25 de noviembre como ese día para eliminar la violencia contra las mujeres, y sin embargo, esa violencia se acrecienta y se empieza a gestar en grupos de adolescentes que, entre otros mensajes, reciben los de la pornografía y esa violencia sexual a la que pueden someter a sus compañeras de pupitre a las que no miran como iguales.
Decía Celia Amorós que conceptualizar es politizar. Primero nombramos, después explicamos y acto seguido actuamos. Si falla la primera parte poco podemos hacer para entender y cambiar este orden injusto.
La periodista Cristina Fallarás publica cada día testimonios de mujeres que no quieren revelar su identidad, de ahí el nombre del libro donde ha recogido una gran parte de ellos, No publiques mi nombre.
Si se acercan a su cuenta de Instagram podrán comprobar algo que ya está en la base de las políticas de igualdad y es que el sexo es una categoría relevante: todos los hombres y todas las mujeres.
Hace ya unos meses la politóloga Júlia Salander apareció en televisión y pronunció una sentencia que escandalizó a muchos hombres y mujeres e hizo que la tacharan de “loca”, ya saben, ese calificativo que nos colocan a las mujeres cuando damos una opinión que no es bien recibida y que, por otro lado, argumentamos. La afirmación fue que “todos los hombres son unos violadores en potencia”. ¿Significa eso que todos los hombres de la sociedad son unos violadores? No. ¿Significa que todos los hombres podrían violar en algún momento de su vida? Sí, probablemente. Los datos oficiales del Ministerio del Interior cuentan que se denuncia una violación cada cuatro horas en nuestro país. Y según nos muestra Naciones Unidas una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual en la Unión Europea.
Los testimonios que recoge Fallarás son desgarradores y dan cuenta de la dimensión de la violencia sexual: el silencio, el miedo, la complicidad, lo sistémico, la impunidad.
Mujeres que cuentan que un compañero de partido progresista las despreció, las usó y les hizo la ley del hielo. Mujeres que narran un recuerdo que en algún momento decidieron borrar de sus cabezas, pero que leyendo el relato de otras mujeres aflora con más virulencia porque lo vuelven a vivir sintiendo, pasado el tiempo, la impotencia de haber callado: ese tío con el que se quedaban de pequeñas, esos primos con los que ellas no querían ir porque sentían que aquello no era normal, sus propios padres… Mujeres que han salido de su facultad horrorizadas por el acoso de ciertos profesores que a día de hoy son reconocidos y laureados en el entorno académico y en cualquier otro entorno ya que han construido esa apariencia de buenos hombres que muchos mantienen en las redes sociales, o en los programas de televisión que dirigen haciéndose los graciosos mientras ellos, los de izquierdas, se desmarcan de los rancios machistas de derechas. Creen a estas alturas que importa esa ideología cuando todos se sitúan bajo el amparo de la misma ideología patriarcal.
Lo positivo es la toma de conciencia feminista, las voces unidas de mujeres que ya se alzaron con un #Metoo, #HermanaYoSïTeCreo, #Cuéntalo y que ahora gritan #SeAcabó junto a #Quelavergüenzacambiedebando.
Las mujeres dejamos de sentir vergüenza porque hemos entendido qué es la cultura de la violación y que nosotras no somos las responsables de la violencia que ejercen contra nosotras. Así cada una denunciará cuando esté preparada para hacerlo y mientras tanto las demás estaremos sosteniendo. Lo más importante es que ninguna de nosotras está sola, que han sido las mujeres las que han luchado por su propia conciencia feminista y que tenemos que permanecer unidas para acabar con nuestra subordinación y crear una nueva organización social. Vuelvo a traer para el cierre a la historiadora Gerda Lerner: