El otro día un conocido me dijo que se casaba, y me preguntó si yo estaba soltera. Creo que la pregunta fue más allá de tener pareja ya que el siguiente paso es formalizarlo con unos trámites que a veces se quedan en el registro civil y otras, aunque no seas creyente y desees hacer una apostasía, pasan por el altar: la coherencia. El muchacho en cuestión vivía este episodio por segunda vez. Yo le comenté, bromeando, que esperaba que no fuese necesario decir, tirando de frase hecha: “A la tercera va la vencida”. También se interesó por la edad porque es importante para determinar si eres “soltera” o “solterona”. Lo imagino pensando: “Pobre chica que no tiene novio”. “Parece maja y es mona”. “Algo pasará”.
Coincidimos en que cuando tienes las cosas claras las exigencias son mayores; pues piensa cuando eres mujer, heterosexual y feminista. Yo le constaté que no entraba en mis planes buscar pareja. Otra cosa es que el amor me pille en época navideña y me dirija a un pueblo nevado, se me averíe el coche y me salve un veterinario que por los designios del destino, y del amor, no tenga nada mejor que hacer en plena tormenta y en mitad de la noche que rescatar a una señora que ha dejado atrás la treintena; sí, estoy de chanza rememorando las películas de sobremesa que nos inundarán la programación en los próximos meses por ponerle algo de humor al asunto.
Este encuentro me ha hecho reflexionar y, de hecho, lo compartí con una amiga de Instagram que tampoco tiene pareja, que es heterosexual y con la que he intercambiado algunos pareceres al respecto.
Ella me animó a observar a mi alrededor para corroborar que efectivamente la mayoría de esas personas tienen pareja. Que es lo normal, vaya. Y si eres mujer y no la has encontrado algo no va bien; ya sabes, las solteronas y los solteros de oro. He hecho una pequeña radiografía de algunas relaciones a las que he prestado atención de personas que conozco y me sorprende lo poco en común que comparten, lo que descansan en esos momentos donde hay una separación temporal, lo bien que se encuentran en su espacio propio de soledad cuando su amado o su amada no está al lado. Me viene a la redacción una frase de El principito: “Amar no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección”.
Entiendo el sentido de estas palabras en cuanto a tener un proyecto de vida común, pero uno de los inconvenientes de nuestras sociedades patriarcales no es ya compartir esos planes o forma de ver la vida sino de mirar al otro, o en este caso que nos ocupa, a la otra. Es decir, ser capaces de reconocer a la persona que tenemos al lado y aquí, como escribe la filósofa Ana de Miguel en Ética para Celia, «si estamos de acuerdo en que el reconocimiento es una de las necesidades humanas básicas, tal vez podemos comenzar por pensar el amor como un tipo de reconocimiento específico». Y continúa: «Reconocer a alguien implica aceptarlo como un ser humano igual que tú, con las cosas buenas, las malas y las que te ponen del hígado». Claro, que hablamos de reconocimiento recíproco.
En esta línea viene el obstáculo si atendemos a las relaciones heterosexuales inmersas en las lógicas del no reconocimiento que campa a sus anchas en la sociedad patriarcal porque no se mira a la otra como a un ser humano. Durante estos días estoy leyendo un conjunto de ensayos de Susan Sontag reunidos en una publicación que lleva por título De las mujeres, donde la escritora reflexiona de manera lúcida dotando al texto de actualidad sobre el amor, el paso del tiempo, la vejez, el feminismo, el fascismo y la relación entre mujeres y hombres en ese escenario donde los cuerpos cambian mientras el sistema que condiciona su percepción, premiando a unos y castigando a otras, sigue intacto. Subrayo en sus páginas:
Me adelanto al “no todos los hombres” que ya viene de la mano de “no todas las mujeres” e insisto en que estoy intentando analizar una estructura que hace que muchas mujeres decidan estar solas y que otras muchas no lo estén por la presión social de permanecer en pareja.
Tenemos varios problemas. Por un lado, que no nos miran como seres humanos. Dejo como dato que el 40% de los hombres de este país son prostituidores y creen que es su derecho como hombres, que eso que hacen de deshumanizar a las mujeres es comprar sexo y no tienen ningún reparo ni dilema ético en alternarlo con una “relación estable”. En este punto cabe preguntarse cuántos hombres consumen pornografía, la antesala de la prostitución. Por otro lado, el llamado amor líquido.
Si traemos la monogamia nos dicen que eso es reproducir un modelo de familia donde se asienta el patriarcado y el capitalismo. Entonces la alternativa sería el conocido poliamor o su versión más sofisticada: “la anarquía relacional”. Hace años una amiga que se definía bisexual y que apostaba por esto último lo defendía diciendo que tenía hasta un manifiesto, algo que sin duda le daba más credibilidad. Lo cierto es que ella acababa priorizando siempre a una persona en ese mar de seres que se aman libremente y sin jerarquías. Otro amigo que también practicaba esa “anarquía relacional” me comentó lo mal que se sentía cuando una de las chicas con las que estaba y con la que convivía llevaba a casa a otro “vértice” de esa relación.
¿De verdad estas relaciones hacen tambalear el patriarcado y el capitalismo? ¿En serio en relaciones llamadas fluidas donde se practica un “consumo de cuerpos” sin responsabilidad emocional y afectiva se obtiene la buscada libertad? ¿Acaso no es el objetivo del capitalismo en su máxima expresión acabar con relaciones sólidas y comprometidas en pro de un supuesto individualismo que necesita del otro para imponerse en una relación que queda arrasada? De nuevo Ana de Miguel:
Échale un vistazo a plataformas como “Tinder” donde se accede a un catálogo y se desliza como quien está buscando una camiseta para combinarla con unos jeans. Ya sé que alguna de vosotras ha encontrado ahí al amor de su vida y yo no tengo un estudio para hacer o no de eso la excepción que confirma la regla, pero no me diréis que en vuestro buceo en busca de la persona ideal no habéis nadado en aguas turbulentas porque no lo creería. Cito otra vez a Susan Sontag: «Las costumbres de la actual sociedad urbana capitalista tienden desde hace algún tiempo, como todos han advertido, a una sexualidad «permisiva», que penaliza mucho menos a las mujeres por comportarse como criaturas sexuales fuera del contexto del matrimonio monógamo. Pero esta sexualidad «más libre» refleja en buena medida una idea espuria de libertad: el breve derecho de cada persona a explotar y deshumanizar a otra».
En relación a lo expuesto comparto otro concepto sin desviarme del amor: la persona vitamina. He escuchado a la psiquiatra Marián Rojas hablar de ello en alguna conferencia y ella se refiere a esas personas que nos hacen sentir bien, que nos aportan calma y traen serenidad a nuestra vida. En cuanto a trasladar esa búsqueda a la pareja lo que nos aconseja Rojas es ponerle cabeza a esa elección para ver qué nos conviene. Veamos un poco todo esto.
Una mañana de este verano caluroso escuché una entrevista en el podcast “A la luz del pensar”. La entrevistada en cuestión fue la psicóloga Dimitra Doumpioti y contestaba a la pregunta “¿Qué es el amor?”. Respondía que era la fuerza que nos empuja a levantarnos cada día y que se podía vivir de maneras muy distintas, entre las que se encuentra el amor de pareja; sin ser el único ni el más fundamental (esto lo digo yo). Seguía: «Es un organismo vivo y posicionarse dentro puede generar problemas: cómo puedo estar contigo sin perderme a mí y cómo puedo estar por mí sin perderte a ti. Al ser un organismo tienen que depender del otro». Doumpioti decía que el desafío más grande es que no podemos construir relatos de pareja que nos inspiren como “encuentra a tu persona vitamina” como si se tratara de ir a un supermercado para encontrar a la persona correcta. Después comentó un capítulo de su libro, que fue el motivo de su invitación, sobre el “eros” y el “ágape”.
A ver, el eros es una fuerza que nos empuja y descoloca, una pulsión que no se puede evitar. Según la psicóloga el cuerpo lo escoge y no hay nada que hacer. Por otro lado el ágape sería el amor que controlamos y al que le ponemos conciencia.
Entonces, ¿no podemos ponerle cabeza al amor? Yo creo que muchas lo estamos haciendo con la conciencia feminista, alejándonos de posibles relaciones porque tenemos unas líneas rojas marcadas y porque la experiencia vivida nos ha hecho tener claro lo que queremos y lo que no.
Ser feminista significa entender el patriarcado y de ahí la misoginia tan brutal que se normaliza siendo un delito de odio que no es castigado. Ser feminista es desvelar la doble verdad sobre la que escribe Ana de Miguel de manera tan brillante para que nos demos cuenta de que no hay una ética para chicos y para chicas, pero se sigue poniendo en marcha una socialización donde las mujeres siempre son para los demás y los hombres pueden disponer como quieran de las mujeres. Es esta filósofa quien cita en su libro a Marcela Lagarde para trasladar que muchas mujeres sienten una “injusticia en el amor” al sentir que dan demasiado y que no encuentran reciprocidad en su relación con los hombres. Ana de Miguel también habla de Alexandra Kollontai cuando dice que para la teórica rusa el problema que compartían las mujeres es que los hombres no estaban realmente interesados en la individualidad de las mujeres. Salvo en el corto periodo de tiempo en que estaban enamorados:
Ponerle cabeza al amor no es dejar de creer en el amor. El amor está en el amor a las amigas, en la familia, en los animales que son nuestra familia, en una profesora que nos inspira y que cree en nosotras, en los libros y las autoras que nos regalan belleza en este escenario de incertidumbre y realidad devastadora. El amor también se puede hallar en esa persona con la que podemos mirar en la misma dirección, pero que antes nos mira de frente y nos reconoce como una igual. Y eso es más complicado si no cambia la forma de relacionarnos y de vernos. Si no se empieza también a reconocer el camino por el que mujeres y hombres van andando hasta llegar a un punto donde unos se encuentran pisando el cuello a otras (en esto último he recordado las palabras de la jueza Ruth Bader Ginsburg).
Hasta aquí llegan estos pequeños apuntes sobre el amor y la pareja. Es fascinante estar enamorada, pero lo es más tener el control para evitar caer en las trampas del amor romántico y cuando la fuerza del eros venga hacia mí intentaré ponerle cabeza, y corazón, ya que el corazón también empieza a entender aquello de “lo personal es político” porque ya hemos estado ahí. Cierro con una de mis filósofas de cabecera en cualquier tema que nos congregue, Ana de Miguel:
«Y de esto trata el feminismo, del “estar juntas para algo”. Es una forma de autoconciencia que termina llevándonos a la política para cambiar este mundo porque no es justo y porque estamos convencidas de que podría llegar a serlo».
*Imagen de la pintora Concepción Figuera Martínez (Madrid 1860 – 1926).
«Dama leyendo en su gabinete» (1877).
Una vez el feminismo entra en tu vida, es complicado vivir el amor como lo habías aprendido, porque no está hecho para nosotras. Magnífico artículo.
Gracias por tus palabras, Perla. Cuando nos colocamos las gafas moradas no hay vuelta atrás.
Gracias por este tipo de artículos. Las gafas moradas no te las puedes quitar después de habértelas puesto, pero muchas veces me siento sola…
Gracias a ti por leerlo. Es cierto lo que comentas… las gafas moradas se quedan para siempre y eso nos deja a veces momentos de soledad. Te mando un abrazo.