Tomo un libro donde aparece una señora mayor con rostro afable sentada en una butaca y elijo una imagen para este texto donde esa misma mujer mantiene una expresión amigable, rodeada de libros, en un sofá de un elegante tapizado que se observa cómodo mientras sonríe. Me apetece estar con ella y conversar sobre la escritura, acerca de esto de aspirar a ser escritora. Escribir y publicar. Como este encuentro no es posible me adentro en unas páginas donde descubro a una escritora cuya dulce apariencia no es motivo para no lanzar cuchillos con las palabras; o más bien puñales representados junto a lápices tal como esta edición va dibujando, alternando con otros trazados que forman sobres abiertos, para dar introducción a las respuestas que escribió en un Correo literario. No piensen que aquí hay hostilidad, pues de lo que se trata es de contestar con la verdad, eso que a veces se exige como máxima y que cuesta aceptar cuando se da.
En 1996 le otorgaron el Premio Nobel de Literatura a una poeta, ensayista y traductora polaca llamada Wisława Szymborska. Yo la conocí mucho después y no precisamente a través de poemas sino de las respuestas que ofrecía en la sección de una revista creada el 27 de noviembre de 1960 con el título Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor. La revista en cuestión se llamaba Vida literaria y en su primer número aparecía un poema de Szymborska que ya desde 1953 hasta 1981 formaba parte del consejo de redacción. Este libro recoge 236 respuestas cargadas de ironía, elocuencia, humor y por qué no decirlo, honestidad. Si el aspirante o la aspirante a este mundo de las letras quería tener posibilidades era necesario que se enfrentase a esas mismas posibilidades revisando su pluma y talento.
Empecemos por ahí, por el talento. ¿Qué es el talento? En portales profesionales como LinkedIn se habla a menudo del talento. Aquí lo fundamental es la motivación y si no tiene talento no se preocupe ya que hay personas expertas que le ayudan a encontrarlo. En este punto me resulta oportuno inquirir al respecto: ¿Cualquier persona puede tener talento en aquello que desee? ¿Es realista esto de «busca tus sueños y encuentra tu talento» sea lo que sea eso en lo que quieres destacar? ¿Hay limitaciones al talento? ¿El talento se hace o se nace con él? ¿Existe un talento oculto que no conocemos de cada uno y cada una de nosotras?
Bueno, en la cuestión que nos ocupa vamos a focalizar esto del talento en la escritura. Hay mucha gente que escribe, poca gente que lee y más gente que cree que tiene talento en lo primero prescindiendo de lo segundo. En este sentido me sorprendió la anécdota que contó una escritora y librera cuando un chico le pidió consejos para escribir; a lo que ella le lanzó una pregunta para saber qué le gustaba leer. La respuesta del aspirante a escritor fue desconcertante: “Yo soy más de escribir que de leer”.
Tuve un profesor el último año de carrera que además de impartir una asignatura imprescindible para entender la estructura de la información nos dio el mejor consejo: “Sé que se lleva esto de tener un blog, pero tenéis que leer más y escribir menos”. A ver, soy de las que tienen de cabecera esa frase de «Nulla dies sine linea», que una escritora me regaló como consejo en una ocasión y que a pesar de encontrar su origen en la labor de un pintor lo aplicamos en este oficio de escribir, porque la inspiración llega con el lápiz en la mano o con dedos vigorosos en un frío teclado que toma temperatura; no obstante eso debe ir acompañado siempre de la lectura, puesto que la inspiración nos debe pillar también leyendo. Entra en la ecuación la inspiración junto al talento y obtenemos algo más necesario para el esperado resultado:
«Al talento no le basta con la “inspiración”. De vez en cuando, todos nos sentimos inspirados, pero sólo los que tienen talento son capaces de pasar horas frente a la hoja de papel y perfeccionar los dictados del espíritu. Si a alguien no le apetece hacer eso, quizá es que no ha nacido para la poesía… De ahí ese raro fenómeno que hace que haya una infinidad de inspirados rimadores, pero poetas de verdad, pocos. Tanto antes como ahora, tanto ahora como en el futuro…».
Es curioso cómo hay quienes escriben continuamente con puntos y aparte y ya creen que hacen poesía, y no traeré nombres pero les invito a pensar en ello. Hay personas que yo diría que son inspirados rimadores, que en esa dedicación a la rima a veces olvidan una tilde, una coma; es importante el uso de las comas porque podemos perdonarle la vida a alguien o dictar su condena. La poeta sagaz se ha encontrado con estos seres apresurados para revisar lo que escriben:
«Pregunta usted si la vida tiene algún balor. El diccionario de ortografía contesta que no».
Y nos anima a usarlo: «Cualquier cosa en este mundo se desgasta con el uso, excepto las reglas gramaticales. Utilícelas sin miedo, hay suficiente para todos».
Recuerdo que en la Facultad una profesora dijo que suspendería la asignatura por una sola falta de ortografía. Hay quienes veían exagerado que en Redacción la docente osara a poner un suspenso por tan solo escribir “absorver”; ya ven, seguro que en su defensa dirían que la sopa se la tomaban igual (un horror ese ruido, por cierto).
Por situarnos, ¿qué debe aprender la persona aspirante a ser escritora?
«… La literatura no tiene ningún misterio técnico; en todo caso, ningún misterio que no pueda descifrar un profano con algo de talento (porque a uno torpe de poco le va a servir ningún diploma). Es el oficio menos profesional de todas las actividades artísticas. Uno puede llegar a ser escritor tanto a los veinte como a los setenta años, ya sea autodidacta o catedrático de universidad, haya acabado la escuela secundaria o no (como Thomas Mann), o sea doctor honoris causa de varias universidades (como el mismo Thomas Mann). El camino al Parnaso está abierto para todo el mundo. En apariencia, a fin de cuentas, lo que decide aquí es la genética».
Esta aseveración puede infundir esperanzas o quitarlas de golpe. Podemos indagar en otras escritoras para ver qué piensan y nos hablarán del oficio de escribir y de algo que se lleva consigo como una especie de don. Ursula K. Le Guin muestra en su libro Contar es escuchar el respeto por su oficio destacando varios aspectos: habilidad, experiencia, pensamiento arduo y trabajo minucioso; y asegura que respeta más las comas que a los congresistas: «Quienes dicen que las comas no tienen importancia podrán referirse a la autoexpresión o a la terapia u a otras cosas buenas, pero no a la escritura. Puede que estén hablando sobre la mejor manera de empezar, o de romper las barreras emocionales; pero, desde luego, no están hablando de escribir. Si uno quiere ser bailarín, debe aprender a usar los pies. Si quiere ser escritor, debe aprender dónde van las comas. Solo entonces podrá preocuparse por lo demás».
La escritora de la ciencia ficción asegura que es de máxima importancia la confianza que depositamos en nosotras mismas. El problema puede ser un exceso de confianza o que no se den las circunstancias para desarrollarla y de no disponer del espacio propio para sentarnos con nuestro talento, el trabajo arduo de la constancia y de no movernos del asiento, de escribir y revisar, de continuar para que cada chispazo de inspiración nos halle sumergidas en la historia; me refiero a la habitación propia de nuestra admirada Virginia Woolf, donde poder escribir rodeadas de paz sin que nadie nos moleste.
Hay una respuesta de Szymborska que me ha llegado especialmente ya que creo que para escribir hay que sentir, para lograr también que quienes nos lean se emocionen y no queden impertérritos a lo que acontece aunque parezca que no pasa nada. Quizás se convierta en imperioso que escribir sea nuestra forma de respirar como escribía Anaïs Nin. Y que para llegar a esa acción hayamos sido capaces de mirar aquello que no todo el mundo ve y que se hace presente entre lo inadvertido:
«Lo cierto es, sin embargo, que un escritor se forma en su interior, en el corazón y en la cabeza: gracias a una innata (lo subrayamos innata) predisposición a abstraerse, a vivir de forma emocional las cosas más pequeñas, a asombrarse incluso ante aquello que a los demás les parece normal».
A pesar de tener numerosas anotaciones en las páginas de este Correo literario con subrayados en las reflexiones de esta escritora mordaz voy a optar por ir finalizando este texto con el que ojalá no la hubiera defraudado. Y como la perspectiva feminista ha de estar presente en el oficio o el arte de escribir hay que reparar en lo que se escribe, en cómo son nuestros personajes, cómo aparecen las mujeres, y si los escritores y las escritoras las describen de la misma forma o le dan el mismo protagonismo. Ahí va la pluma de Wisława sobre un relato acerca de una solterona:
«La clásica solterona era una muchacha sin dote, condenada a marchitarse y a la inactividad de la casa de sus padres. No estaba bien visto que trabajara y que viviera por su propia cuenta. La vida de una solterona era un infierno. Con cada carnaval sufría una nueva humillación, cada año que pasaba se alejaba aún más la perspectiva del matrimonio y de la maternidad. La gente se reía de las solteronas. Era reírse de la desgracia ajena, era una risa de mal gusto. En el relato titulado “Tiempos de Cracovia” introduce usted, amigo, el personaje de una vieja solterona como un elemento de humor. ¿Sabe qué? Nosotros no nos hemos divertido nada».
Querida Wisława Szymborska, gracias por tu ingenio, por lo cruda que resultas a veces pues así es la realidad. Gracias por lo compasiva que te muestras en otras ocasiones cargada de ironía. Gracias por la bondad que hay en el gesto de la sinceridad. Gracias por las reflexiones y por este rato tan divertido de lectura. He imaginado las caras del antes (esa gente escribiendo la carta) y el después (recibiendo lo inesperado como respuesta) y creo que han de agradecer esa sensación de desconcierto pues no deja de ser una aventura más y cuantas más experiencias tengamos, más puntos de vista encontremos para hallar nuestro camino propio y más sentencias que consigan agitarnos, más material, y vida, habrá a nuestra disposición para pensar, sentir y escribir.
Lean y escriban, en ese orden.
Fotografía. Adam Golec. Agencja Wyborcza
Magnífico, Jessica.
Muchas gracias, Azucena.