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Vivian Gornick, una mujer singular

La primera vez que me encontré con Vivian Gornick fue en una entrevista que la periodista Inés Martín Rodrigo recogió en el libro Una habitación compartida. Allí decía que estaba contando una historia basada en su vida y que su responsabilidad es darle forma a la experiencia. Sus libros tratan de eso, de su experiencia, de lo que vive, de lo que observa a su alrededor y de todo aquello hacia lo que mira de adentro para profundizar, reflexionar, filosofar y sacarlo a pasear por la ciudad.

¿Quién es Vivian Gornick, la mujer singular?

Lo cuenta en su primer libro de memorias Apegos feroces:

«Aquellos fueron los años en los que a las mujeres como yo las llamaban ‘Nueva’, ‘Liberada’, ‘ Singular’ (yo prefería singular, y sigo haciéndolo) y, efectivamente, me sentía nueva, liberada y singular cuando me sentaba frente al escritorio; pero por las noches, tumbada en el sofá, con la mirada perdida, mi madre se materializaba en el aire frente a mí como diciéndome: No tan rápido, querida. Tú y yo aún tenemos cosas pendientes».

Este artículo se va a centrar en su segundo libro de memorias, La mujer singular y la ciudad, y seguirá plasmando cosas pendientes, también con su madre.

He tenido la suerte de presentarlo en el Club de las lectoras del Fórum de Política Feminista de Córdoba y disfrutar de un encuentro entre mujeres singulares, feministas. Nos reunimos en un parque un poco alejado del bullicio de la ciudad. Y allí, alrededor de una mesa compartimos nuestros pareceres y continuamos hablando de la vida, de lo que nos atraviesa como mujeres, de lo que nos preocupa; y después de saborear todo lo que nos dejó el libro nos rendimos al placer de la comida compartida, la buena conversación, la amistad y la compañía que mitiga esa soledad a veces no elegida.

Vivian Gornik habla de todo esto: de la amistad, del amor romántico, de la vejez, de la soledad, del feminismo, de la búsqueda del yo…

La ciudad forma parte de su existencia y aunque este libro no sigue un orden ni es una guía puede “leerse como una guía sobre cómo existir”, tal como lo define el New York Times en su valoración que Sexto Piso ha dejado en la contraportada.

En Apegos feroces la ciudad está presente pero las experiencias a las que le da forma giran en torno a la relación con su madre. Vivian Gornick es la hija y en La mujer singular y la ciudad su madre sigue apareciendo y determina de alguna manera quién es esa mujer que necesita la ciudad para encontrarse: «Casi lloro. Lo único que siempre había querido era que mi madre se sintiera feliz de estar viva en mi presencia. Sigo convencida de que si lo hubiera hecho, yo habría crecido sintiéndome completa».

La mira en el sofá y la hace reflexionar acerca de qué tipo de personas son, si Chejovianas o Shakespearianas: en el primer caso los personajes ven desvanecerse sus sueños, hay apatía, desilusión o abatimiento. En las obras de Sheakespeare hallamos la épica pero acaban todos muertos. El camino es difícil, pero al menos seguimos vivas.

El libro comienza con una conversación que mantiene con su amigo Leonard, y será él quien esté presente a lo largo de todo el recorrido por instantes vividos en la ciudad. Ambos comparten «la política del daño. La sensación  de haber nacido en una injusticia social preestablecida». Leonard es ese amigo con el que se complementa sin perder su singularidad, pero a la vez necesita guardar distancia porque tanto él como ella tienden a la negatividad. No obstante llega otra semana, y de nuevo otro paseo, otro pase para el cine, otra conversación. Qué importante es la buena conversación:

«La buena conversación no es una cuestión de compartir intereses, ideales o determinadas preocupaciones por la lucha de clases, sino una cuestión de temperamento: es lo que hace que alguien responda instintivamente con un apreciativo: “Sé exactamente a qué te refieres” en lugar de con un combativo: “¿Qué quieres decir con eso?”. Cuando se comparte el mismo temperamento, la conversación nunca pierde espontaneidad y frescura: cuando no, uno siempre tiene que andarse con pies de plomo». Este seguir hacia delante conecta con esa búsqueda en la ciudad. Ella camina por las calles de Nueva York y hace ese recorrido hacia el yo:

«Cuando hablábamos del agotamiento del amor y la angustia del trabajo, del olor de los niños y del sabor de la soledad, en realidad estábamos hablando de la búsqueda del yo y de la confusión que la misma construcción de la frase conllevaba: ¿qué era yo? ¿Dónde estaba? ¿Cómo se perseguía, se abandonaba o se traicionaba?».

A lo largo de estas páginas se hace manifiesta la amistad, esa amistad genuina y cómplice, pero también la que se va resquebrajando hasta que se rompe. Es el caso de su amiga Emma, porque se había producido «una infidelidad de nuestros propios intereses cambiantes». Emma preocupada por redecorar su casa y Vivian sin apenas poder pagar el alquiler. «Ella era una burguesa de los pies a la cabeza y yo, una feminista radical que no tenía nada». También influyó que el marido de su amiga era un idiota, así que, cabía pensar: «¿quiénes somos? ¿Qué estamos haciendo? Y ¿por qué lo hacemos juntas?».

Como mujeres hay algo que se nos va adhiriendo a la piel, ese órgano que recorre todo nuestro cuerpo, y que va metiéndose en lo más hondo: el amor romántico. No somos conscientes, nos atrapa: «Conforme fueron pasando los años, comprobé que el amor romántico estaba inyectado como un tinte en el sistema nervioso de mis emociones, entrelazado a conciencia en el tejido del deseo, la fantasía y el sentimiento».

Hace falta esa toma de conciencia, la experiencia, compartirlo con otras mujeres, para ver que no es personal sino político, y ahí, quizás entendemos la importancia del consentimiento, de lo viciado que está, que consentir es ceder ante algo que realmente no deseamos. Vivian Gornick se abre con las lectoras también en sus relaciones sexuales. En este caso se trató de un hombre con el que tuvo una aventura pero que significaba algo más, se amaban. Y por esto ella cedió hasta en tres ocasiones y ante su insistencia a que la sodomizara. Hasta que un día pronunció un rotundo “No”:

 «Un hombre me estaba presionando para que hiciera algo que no quería hacer, y presionándome de un modo que nunca habría empleado con otro hombre: me estaba diciendo que no sabía lo que quería. Sentí que se me achicaban los ojos y se me enfriaba el corazón. Por primera –aunque no por última- vez sentí de manera consciente que los hombres eran de una especie distinta a la mía. Distinta y extraña. Era como si una membrana invisible hubiera caído entre mi amante y yo, una lo suficientemente fina para ser penetrada por el deseo, pero lo suficientemente opaca para ocultar la hermandad entre seres humanos».

Ese amor romántico tan asentado la hacía pensar que para encontrar el “trabajo ideal” era preciso hallar “la pareja ideal”:

«Por supuesto, sabía que una vida notable tenía que incluir un trabajo real –un trabajo que aportara algo al mundo-, pero ahora me parecía que para hacer ese trabajo era necesaria una Pareja Ideal. Daba por sentado que con un hombre adecuado a mi lado podría hacer cualquier cosa». No obstante cuando eso llegaba y creemos que lo tenemos todo algo cambia, la mística de la feminidad nos mira y golpea: «Me complacía abrir los ojos por la mañana y ver a mi marido acostado a mi lado. Experimentaba una paz en el alma que hasta ese momento me había resultado desconocida. Una mañana me desperté desolada. Él era el mismo, yo era la misma. Unas semanas antes me despertaba feliz. Ahora estaba afligida bajo la ducha, mientras unas manchitas de tristeza bailaban en el aire ante mis ojos y la soledad de antes volvía a filtrarse por mi piel»

Otro tema que Vivian Gornick aborda es la vejez. A veces las necesidades emocionales nos llevan a mantener amistades con personas cuyo carácter dista mucho de nosotras, como la que tiene con Alice, una escritora veinte años mayor, que acaba en la residencia, consumida por la artritis y abandonada por su cuerpo y por la sociedad:

«Era la miseria de las personas que habían sido arrojadas allí sencillamente porque eran viejas y estaban físicamente incapacitadas».


La visita a pesar de las diferencias para mantenerla viva a través de la conversación.

En el libro es importante la figura del flâneur que Baudelaire desarrolló, esa persona que deambula por las calles, que pasea sin rumbo y que contrasta con el ir y venir, el ritmo frenético propio de las grandes ciudades. Así, ella camina y observa, y de manera transversal en el libro está la observación de un bodegón de personajes que se va encontrando en el día a día y que va intercalando con otras reflexiones, sin orden, como si el encuentro casual por la calle fuese otro encuentro casual en las líneas que van conformando esta historia de vida. Son desconocidos que se aparecen en una cafetería o en el autobús. Las conversaciones ajenas son captadas por la atención de la misma observación. Y esto, al final del día, la reconforta:

«Cada noche, antes de irme a dormir, cuando apago las luces de mi salón, que se encuentra en un decimosexto piso, experimento una sacudida de placer al ver las hileras de ventanas iluminadas que se elevan hacia el cielo agolpándose a mi alrededor, y siento que el cúmulo anónimo de habitantes de la ciudad me abraza».

Otra característica en la observación es la que lleva a cabo a través de personajes, de autores y autoras. No ya sobre esos personajes sino sobre la vida de quienes los escriben. El análisis y reflexión de la vida y la literatura lo hace en otras publicaciones como Cuentas pendientes o El fin de la novela de amor. Como ejemplo dejaré el caso de Mary Britton Miller. Cuenta Vivian Gornick que se convirtió en una Mujer Singular, que no se casó y que vivió sola en un apartamento. Tenía amigos que la describían como una mujer ingeniosa, altiva, divertida y culta. Publicó poemas y cuentos que pasaron desapercibidos, hasta que a partir de los sesenta y tres años y con un seudónimo publicó tres novelas que le dieron reconocimiento. Destaca que en cada historia la mujer es capaz de salir adelante porque ama la ciudad.

La ciudad como antídoto, como vía de escape, como esa única compañía permitida en la soledad que a veces se necesita para encontrarnos: «Durante muchos años, caminé más de nueve kilómetros al día. Caminaba para despejarme, para sentir la vida de las calles, para disipar la depresión vespertina».

Otra historia de escritoras y escritores de la que merece hacer mención pertenece a Henry James y a Constance Fenimore Woolson, una escritora que se suicidó precipitándose por una ventana. Es interesante cómo Vivian Gornik ahonda en la condición humana, en los anhelos, en las expectativas, en los apegos, en las necesidades vitales, en la incomprensión. Henry y Constance se encontraron para aliviar, quién sabe, “hacía que los dos se sintieran menos solos en el mundo”. Pero en ocasiones la entrega no es recíproca, no hay desde el otro lado el mismo amor, o quizás ni siquiera la presencia que se requiere para decir que hay alguien en ese otro lado. Y en estos casos, en la mayoría de las veces, el sexo es una cuestión relevante a tener en cuenta:

«Sin duda, ella le dio más a él que él a ella. Constance se convirtió en su mejor lectora, en su interlocutora más inteligente, quien mejor que nadie entendía las cosas que no se decían ni se mencionaban. No podía decirse lo mismo de James, que se aprovechó flagrantemente de todo lo que no se habló ni se mencionó entre ellos. Parece que él, casi por voluntad, nunca llegó a comprender la profundidad de la angustia de Constance; o, si lo hizo, escogió taparse los ojos con una mano para no mirarla de frente».

Vivian Gornick es una feminista radical y entiende que hay que ir a la raíz, que la lucha de clases es importante, pero que ser feminista es ir más allá. Su madre se quedó sin dar ese paso:

«Intenté por todos los medios que mi madre fuera feminista, pero esta mañana compruebo que, para ella, nada es más importante en este mundo que la lucha de clases».

Ella se lanzó para que su voz fuese escuchada, la voz de las mujeres que se unían sirviera para romper:

 «Me uní a la enfervorizada intemperancia del feminismo radical que estaba estallando. Cuando me paro a pensarlo, me doy cuenta de que nosotras, las feministas de los 70 y los 80, nos habíamos convertido en unas anarquistas primigenias. No queríamos una reforma, ni siquiera queríamos una compensación; sólo queríamos reventar el sistema, destrozar el orden social, sin importarnos las consecuencias».

A lo largo de este recorrido la ciudad se convierte en ese escenario que cobra vida y que le da placer observar, que le ayuda a sentir la vida. El libro comienza con Leonard y “la vida no vivida”, y acaba con una llamada a Leonard y un repaso de todo lo vivido ese día: la ciudad y la gente que se ha cruzado durante esa jornada. Sus voces, sus gestos, sus vidas.

Vivian Gornick es una mujer singular y nunca estará sola. Se ha encontrado y las hileras de luces que se elevan hasta el cielo la acompañan.

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