En una ocasión Ana de Miguel dijo que «los políticos no abordan la prostitución porque muchos de ellos cierran sus campañas en burdeles».
Es una reflexión que he compartido en varias ocasiones y que conviene traerla una y otra vez para tener presente dónde estamos.
Los prostíbulos son esos lugares donde las mujeres son para todos y aquí el sexo vuelve a ser una categoría relevante. La política Clara Campoamor, que consiguió el voto para las mujeres en la Segunda República Española, también trabajó para acabar con la prostitución reglamentaria y manifestaba con su lucha incansable por nuestros derechos políticos que las mujeres debían estar en todas partes y no allí donde los hombres iban a buscarlas.
Por su parte Carole Pateman dejó plasmado en El contrato sexual:
«El problema de la prostitución entonces, aparece encapsulado en la cuestión de por qué los varones exigen que las mujeres vendan sus cuerpos como bienes en el mercado capitalista. La historia del contrato sexual también ofrece la respuesta: la prostitución es parte del ejercicio de la ley del derecho sexual masculino, uno de los modos en que los varones se aseguran el acceso al cuerpo de las mujeres».
Lo nuestro de ahora es una Monarquía Parlamentaria con una Constitución que habla de igualdad entre los españoles y las españolas y que se nutre, como todas las Constituciones, de una carta de Derechos Humanos que nos recuerda que son intransferibles, inalienables y universales.
La prostitución no es el oficio más antiguo del mundo puesto que para eso tendríamos que llamar trabajo a que las mujeres “decidan” que los hombres las usen y desechen por un precio negociable. Tú puedes “decidir” someterte a un trato cruel, inhumano y degradante porque lo has normalizado, pero la esclavitud está abolida y por encima de todo se encuentra el valor de la persona humana.
Sin embargo, en la prostitución todo cambia puesto que para empezar se ha hecho una modificación en el lenguaje. Se habla de “trabajadoras sexuales” y de “clientes” ya que, según nos cuentan las voces del proxenetismo y que asumen ciertos medios, algunas instituciones y organizaciones no gubernamentales, las mujeres son libres, tienen agencia y están empoderadas para ejercer la prostitución. Ellos, los hombres, sólo son los que acuden a comprar un servicio. De nuevo el sexo como categoría relevante y una mala conceptualización para desviarnos de la problemática del asunto.
Los que ejercen la prostitución son las personas que actúan como sujetos (puteros), mientras que las personas que son sometidas a ese trato cruel, inhumano y degradante pasan a ser objetos (mujeres prostituidas). Luego están los que se lucran de este negocio ilícito situado en beneficios al lado de otras economías ilícitas como el armamento y el narcotráfico (proxenetas) y todo el entramado con otros actores claves en el mantenimiento del sistema prostitucional. La alternativa a esta sólida estructura y que ayudaría a acabar con toda esta red criminal aboliendo una contemporánea forma de esclavitud tal como llamaba Josephine Butler a la prostitución (la Butler feminista) la encontramos en la Ley Orgánica Abolicionista del Sistema Prostitucional: la LOASP.
En estos momentos ha vuelto a la esfera mediática el tema de la prostitución porque algunos políticos del partido socialista obrero español (que se olvida de las obreras), Ábalos y Koldo, han decidido ejercer la prostitución tratando a las mujeres como trozos de carne y pavoneándose de lo divertido que les resulta en mensajes de audio. Tras este “escándalo” que no sorprende a casi nadie la Ministra de Igualdad, Ana Redondo, anuncia que para septiembre va a sacar una ley para abolir la prostitución. A ver, que esto que nos ocupa urge, pero no tanto.
Dejo la transcripción del audio:
Koldo: Hay que buscar un sitio. Si vienen aquí tienes a la Ariadna que está recién… está perfecta.
Ábalos: Y la colombiana.
Koldo: No si la otra también, es porque cambiaras tú. A ti te gusta más Ariadna.
Ábalos: No creas, que Carlota se enrolla que te cagas.
Koldo: Pues lo que tú quieras. O Ariadna y Carlota y a tomar por culo.
Es importante que sus señorías tengan un buen verano y no se calienten la cabeza con cuestiones tan complicadas. Lo cierto es que llegará septiembre y tampoco se abordará la abolición de la prostitución porque los políticos tienen que seguir de campaña, haciendo uso de su privilegio patriarcal de disponer de mujeres a todas horas, todos los días, donde ellos van a buscarlas. El Ministerio de Igualdad ha olvidado que la LOASP ya fue presentada por la Plataforma Estatal de Organizaciones de Mujeres por la Abolición de la Prostitución en 2020 de manera pública y también entregada en ese Ministerio para ser guardada de manera indefinida en un cajón.
El año 2020 fue el año de la incertidumbre y del miedo por la pandemia del Covid-19. Se creó un estado de alarma y asumimos el confinamiento para contribuir en minimizar los contagios y proteger la salud, la nuestra y la de las demás personas; especialmente de las más vulnerables. No ocurrió así en esos lugares donde los hombres seguían buscando a mujeres para deshumanizarlas mientras que ellas “elegían” en un acto de “empoderamiento” poner en riesgo su salud para satisfacer el deseo de los puteros, esos hombres a quienes no desean y que están ahí porque han comprado el consentimiento (cuidado con el sólo sí es sí). La Ministra de Igualdad en ese momento, Irene Montero, pedía a las Comunidades Autónomas que se animasen a cerrar sus prostíbulos (sí, en las mismas ciudades donde se leen carteles con el mensaje “libre de violencia machista” hay un prostíbulo en el que se comete una brutal forma de violencia contra las mujeres). El 21 de agosto de 2020 escribió este tuit:
“Celebramos que Catalunya y Castilla la Mancha se sumen al cierre de prostíbulos, un primer paso para luchar contra la explotación sexual, la forma más cruel de violencia machista. Animamos a otras comunidades a dar este paso”.
Desde el “Gobierno más progresista y feminista de la historia” esperábamos que exigiesen con una ley orgánica abolicionista acabar con esta violencia contra las mujeres, pero pudimos comprobar que el gobierno no era ni progresista ni feminista ya que dejó pasar la oportunidad de hacer historia al no sacar dicha ley para que España dejara de ser el primer país en consumo de prostitución a nivel europeo y el tercero en el ranking mundial.
Sin embargo, aprobó una ley de identidades por la vía de urgencia para volver al rosa y al azul, contravenir leyes orgánicas de nuestro ordenamiento jurídico que tienen como base el sexo en su realidad material y contribuyendo a que se altere ese principio de no hacer daño o «primun non nocere» referido a la máxima en el juramento hipocrático para no causar daño a los pacientes. Algo que no se cumple con tratamientos hormonales irreversibles y mutilaciones en cuerpos sanos que van a pasar a ser pacientes crónicos de por vida. Esto es así porque este gobierno ha dado la espalda a la ciencia y a la razón en aras de la creencia de que las personas nacen en un cuerpo equivocado, que es posible cambiar el sexo y que las pruebas para saber de qué sexo eres es identificar el género que te representa y te hace sentir libre, como si el género no aprisionase, sobre todo a las niñas y a las mujeres.
La realidad es que las mujeres parecemos un colectivo, que la prostitución sólo afecta a unas pocas y ahí mantenemos distancia: “la que quiera que lo haga”. El foco no debe estar en las mujeres sino en los hombres que “pagan por sexo” convenciéndose de que eso es una relación pactada entre adultos cuando lo que hay es una violencia estructural basada en relaciones de poder, desigualdad, pobreza, vulnerabilidad y coacción.
Sheila Jeffreys escribe en La industria de la vagina: «La prostitución presenta graves problemas para la salud reproductiva y sexual de las mujeres porque con el pene, las manos y diversos objetos se hace uso del tracto reproductivo femenino, el ano, la boca y otras partes del cuerpo. Es la única forma de “trabajo” que requiere el uso interior del cuerpo de las mujeres, aparte del alquiler de vientres».
Dejo esta reflexión a la atención de esas personas que dicen que “es peor fregar escaleras o la mierda de la gente en los cuartos de baño”. Quizás la gente, en general, debería cuidar más los baños públicos porque esas personas que limpian (mayoría mujeres) están haciendo un bien necesario a la comunidad manteniendo el entorno en condiciones óptimas de salubridad. La prostitución no puede ser nunca una institución en nuestras sociedades democráticas ya que lejos de aportar un bien a la comunidad contribuye a acrecentar la desigualdad estructural y vulnera los derechos humanos de las mujeres al negarles el ser personas.
La prostitución convierte a las mujeres en mercancía y hace que los hombres normalicen que están ahí dispuestas para ellos, que tienen un momento de disociación como si fuesen dos. La realidad es que nadie puede separarse de su propio cuerpo y que eso que vive el cuerpo lo arrastra para siempre. El Informe sobre explotación sexual y prostitución y su impacto en la igualdad de género en el Parlamento Europeo de 2014 recoge:
«La prostitución forzada, la prostitución y la explotación en la industria del sexo tienen consecuencias físicas y psicológicas devastadoras y duraderas, incluso después de haber cesado la prostitución […] además de ser, a la vez, causa y consecuencia de la desigualdad de género y de perpetuar estereotipos de género y el pensamiento estereotipado sobre las mujeres que venden sexo, como la idea de que el cuerpo de las mujeres y mujeres menores de edad está en venta para satisfacer la demanda masculina de sexo».
Desde los derechos humanos, desde el feminismo, desde una civilización que seguimos construyendo trabajando por una igualdad real entre mujeres y hombres sólo tiene cabida la abolición del sistema prostitucional. Para ello sólo es necesario dar un paso a la acción que rompa con el cinismo de los discursos vacíos donde se mantiene el mismo orden patriarcal de siempre con esos políticos a ratos en los burdeles y a ratos haciendo algún spot de campaña declarando que son muy feministas. No lo digas, demuéstralo. O tal como articularon las sufragistas: «Hechos, no palabras».