El otro día un hombre asesinó a su mujer asestándole 50 puñaladas. El alcalde del Partido Popular en Alpeldrete, Juan Fernández declaró:
“No lo podemos ver como un caso de violencia de género. Yo más bien lo veo como un fallo del sistema que es lo que ellos (sus hijos) me han transmitido. El padre quería muchísimo a su mujer pero la presión y la falta de apoyo por parte del sistema es lo que se llevaba por delante una enfermedad psíquica y que ha acabado con la vida tanto de Pilar como de Juan Pedro”.
Los hijos del feminicida y la mujer asesinada aseguran que su padre “fue un hombre y un marido ejemplar”. En una carta que han compartido dicen que “su padre solicitó ayuda pero fue ignorado, rechazado, desatendido, silenciado y abandonado”. Y que a sus padres los mató el sistema.
Observo a mi alrededor a muchas mujeres dañadas por el sistema:
Mujeres que no consiguen trabajo o que son despedidas por quedarse embarazadas. Mujeres con doble o triple jornada porque salen al mercado laboral y sostienen el cuidado de sus hijos, hijas o mayores. Mujeres con problemas de espalda y de cervicales por el trabajo extenuante que tienen que hacer cada día, como las Kellys (camareras de piso), que reivindican que tanto las cervicales como otras lesiones físicas sean reconocidas como enfermedades profesionales derivadas de ese trabajo tan intenso, repetitivo y exigente. A menudo tienen que estar continuamente medicándose, con dolores musculares crónicos y acarreando estrés y ansiedad.
Mujeres que no llegan a final de mes y que tienen que poner agua a la leche para alimentar a sus hijos e hijas, que no pueden cumplir con la recomendación nutricional de las cinco piezas de fruta al día y que deben zurcir la ropa.
Mujeres tratadas como histéricas con recetas de ansiolíticos sin estudios por una posible cardiopatía; mujeres con una mamografía realizada –y olvidada- que han sido llamadas cuando era demasiado tarde para el diagnóstico como los cribados que el señor presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, justifica como un favor para no crear ansiedad a las pacientes. Mujeres que intentan sobrevivir cada día a un maltratador y que dan gracias por poder tener una ayuda para salir de ahí, a pesar del miedo, de la desconfianza y de los fallos del sistema; porque este sistema sí que falla. O si no que se lo digan a la Ministra de Igualdad, Ana Redondo, a ver si explica el fallo de las pulseras antimaltrato.
Por lo que sea estas mujeres no van asesinando a sus parejas o exparejas.
Claro que falla el sistema. Lo he escrito un poco más arriba para pasar a ilustrarlo. Falla ese maldito sistema que debería enfrentar al patriarcado y a la ideología machista que lo sustenta. Cuando Betty Friedan escribió su ensayo La mística de la feminidad puso el foco en un actor clave para que la mística fuese eficaz. Hubo muchos factores, elementos y actores, pero uno lo reconocemos siempre y sobre todo a día de hoy por la influencia y el impacto que tiene en un momento donde hay opinadores con doctorados en negacionismo pululando por la red. Se trata de los medios de comunicación, que no sólo no saben informar sobre violencia de género sino que, además, nos traen el amarillismo del Yellow kid con el que el magnate William Randolph Hearst impuso su periodismo sensacionalista; quizás a algunos les suene por Ciudadano Kane (o ni eso). El sistema que falla es el sistema que en los medios llama al feminicida «un hombre ejemplar».
En unos días conmemoramos el 25 de noviembre, el Día para la Erradicación de la violencia contra las mujeres. Un día marcado por las Naciones Unidas que nos recuerda que estamos ante una violencia estructural que tiene que ver con el sistema y que adquiere una dimensión sistemática y global.
Por mucho que crezca ese negacionismo y el bulo de las denuncias falsas contamos con los datos y la realidad que los hacen posible. Lejos de caminar hacia una sociedad más igualitaria el patriarcado se rearma y en ese rearme nos encontramos nuevas formas de perpetuarlo junto a lo de toda la vida que no es otra cosa que la falta de formación en la llamada perspectiva de género para aprender a informar sobre esta violencia específica que cuenta con una ley de rango superior en nuestro ordenamiento jurídico. Que un alcalde comparezca en la televisión ante un feminicidio diciendo que en su opinión no tiene que ver con la violencia de género es un síntoma más de que efectivamente falla el sistema.
A menudo las informaciones que abordan la violencia de género se sitúan en la sección de sucesos. Hasta el propio Ministerio de Igualdad recoge una relación de feminicidios que al enumerarlos refleja en la redacción «otro suceso». Los sucesos son aleatorios y a veces inexplicables. La violencia de género tiene unas causas y encuentra su raíz en la desigualdad estructural que vivimos las mujeres y que he esbozado al principio como la segregación vertical y horizontal, ese techo de acero y el suelo pegajoso; la doble y triple jornada laboral con los cuidados en el centro de la vida de las mujeres; en la cosificación y la deshumanización, algo que podemos comprobar dando un paseo por la publicidad y por esas avenidas con carteles «libre de violencia machista» cerca de lugares como los prostíbulos donde los hombres van a usar sexualmente a las mujeres.
A continuación voy a exponer algunos ejemplos de esta mala praxis periodística que traslada al imaginario colectivo que ese hombre que ha matado a su mujer era una bellísima persona que saludaba todos los días hasta que enajenó y la asesinó. Algunas veces ese «cruce de cables» lo ha llevado también a matar a sus hijos. Y aquí no se convierte en un monstruo, sino en el hombre misógino que quiere hacer daño a la mujer de la manera más perversa, a través de la violencia vicaria.
- “Hombre de buen trato y correcto”. Diario de Jaén
El 16 de junio de 2020 un hombre mató a puñaladas a su mujer y a sus dos hijos de 12 y de 17 años. Desde el asombro los medios destacan que era un hombre de buen trato y muy correcto con todo el mundo. En el cuerpo de la noticia nos cuentan dónde trabajaba y las dificultades que presentaba por la pandemia del Covid-19 ya que este hombre de buen trato entró en un ERTE. Así justifican el feminicidio: «Se le veía un poco más triste desde la vuelta al trabajo…». «Un hombre de buen trato con todo el mundo y muy correcto». «Nos ha sorprendido mucho lo ocurrido».
Con estas valoraciones que hace la gente y que el medio toma como fuente se está llevando un caso de violencia de género a un lugar como ese semanario de sucesos llamado El Caso que convivía con la dictadura caracterizado por su estilo sensacionalista.
- “Eugenio, el autor confeso de la muerte de Manuela Chavero: un agricultor amante de los caballos”. El Español.
Nos relatan que sus padres están divorciados, que los vecinos están consternados porque no se creen lo ocurrido, cómo es posible con este joven que es agricultor.
Al final que la mujer haya sido asesinada es lo de menos porque este feminicidio queda en una muerte anecdótica, fruto de un trastorno, algo aislado. Y en ocasiones el pobre hombre también ha muerto porque se ha suicidado.
- «La asesinada de Vinarós fue descuartizada y enterrada por vestir ropa demasiado corta». El confidencial.
El autor de la noticia es Nacho Abad, especializado en sucesos y tribunales. El problema es que la violencia de género no es un suceso, a pesar de que todavía hoy los medios sitúen los asesinatos machistas en esta sección. Insisto, un suceso es una inundación o un derrumbe. Aprovecho para decir que la violencia contra las mujeres tampoco es una lacra puesto que no es un vicio ni un defecto. La violencia contra las mujeres es una violación de los derechos humanos, un problema estructural y global, que ha sido catalogado por las Naciones Unidas de dimensiones pandémicas.
Siguiendo con la noticia, Nacho Abad escribe: «Nelea era una chica atractiva, mucho, probablemente para su presunto asesino, su propio novio de 22 años, quien habría acabado con la vida de la muchacha tras una fuerte discusión». El periodista continúa: «El día de su muerte la joven llevaba ropa corta, ante lo que su novio la había instado a cambiarse. La chica subió al piso de la pareja sentimental y bajó vestida con un chándal, lo que habría sido interpretado por una humillación por el ahora detenido. De nuevo en la casa se habría producido una fuerte discusión, durante la que la joven habría sido asesinada».
En conclusión, si llevas ropa corta atente a las consecuencias. Si vas sola por un callejón oscuro no te lamentes si un hombre te agrede. Si bebes alcohol y un hombre te viola es culpa tuya; si bebe él se puede convertir en eximente. Si sales de fiesta y te echan droga en la bebida haberte quedado en casa porque lo de que la calle es nuestra es sólo un eslogan, la calle es de ellos que ocupan todo el espacio público. En definitiva, la cultura de la violación que siempre pone la responsabilidad en la víctima absolviendo al agresor. Y es que como muy bien recoge con esta reflexión Khaled Hosseini en Mil soles espléndidos: «Como la aguja de una brújula apunta siempre al Norte, así el dedo acusador de un hombre encuentra siempre a una mujer».
Varios puntos para informar sobre violencia de género:
La mujer no muere o aparece muerta de la nada. Hay un sujeto que asesina.
No mostrar a los agresores como víctimas, recurriendo a datos «amables» sobre él.
Ni la ropa, ni caminar sola de noche o la bebida son las causas de la violencia machista.
Contar con fuentes expertas y evitar las fuentes del entorno. No preguntar al vecindario, que suele decir que el agresor era «buena gente, un hombre normal».
Estoy de acuerdo en que los feminicidas son hombres normales, que saben lo que hacen y que meditan cada paso que dan. Ven a sus parejas de su propiedad y si no son de ellos no son de nadie. Son hombres normales en una sociedad patriarcal que normaliza la violencia contra las mujeres. Aunque lo normal sería que esto cambiase, que se condenara la misoginia como delito de odio, que se respetase la libertad de expresión en su totalidad, es decir, atendiendo en su conjunto al artículo 20 de nuestra Constitución: «Libertad de información: Derecho a comunicar y recibir información veraz por cualquier medio de difusión».
Atendiendo al ejercicio de comunicar información veraz vuelvo a fijar aquí la definición de feminicidio por la doctora Marcela Lagarde:
«El feminicidio es el genocidio contra mujeres y sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados violentos contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de niñas y mujeres […] Hay condiciones para el feminicidio cuando el Estado (o algunas de sus instituciones) no da las suficientes garantías a las niñas y las mujeres y no crea condiciones de seguridad que garanticen sus vidas en la comunidad, en la casa, ni en los espacios de trabajo, de tránsito o de esparcimiento. Más aún, cuando las autoridades no realizan con eficiencia sus funciones. Cuando el Estado es parte estructural del problema por su signo patriarcal y por su preservación de dicho orden, el feminicidio es un crimen de Estado».
A menudo escuchamos el mantra de «no todos los hombres», pero cada vez son más hombres los que violentan a las mujeres. O como escribió Barbijaputa en su cuenta: «No all men. Solo que no encontramos a los men que not». Que desde 2003 y según registran los datos oficiales de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género hayan sido asesinadas por hombres 1.333 mujeres indica que son demasiados hombres y demasiadas vidas que han pasado a ser un número reseteándose cada año. Que desde la casa de la Democracia algunos de sus señorías nieguen la violencia de género y que periodistas sigan difundiendo los bulos de las denuncias falsas mientras se justifica que un hombre mate a su pareja porque lo estaba pasando mal nos lleva a constatar que no importan las vidas de las mujeres en un sistema que vela por el agresor. Que unos hijos escriban una carta para defender a su padre con el calificativo de «hombre ejemplar que quería a su mujer» después de que ese hombre la matara con cincuenta puñaladas me hace pensar en lo que ha podido vivir esa mujer y junto al hecho en sí justificado me produce una profunda desolación.
* Imagen que ilustra el texto: «Susana y los viejos» de Artemisia Gentileschi.
