A ella le encantan las puestas de sol y se emociona ante la fusión de colores en un momento efímero y eterno a la vez. Nada sería igual sin el sonido de los pájaros y el aire que entra y sale al ritmo que su propio sosiego marca. Lo llaman el aquí y ahora, aunque ese mismo baile de oxígeno nos lleve con los pensamientos a otro lugar al que trasladar la calma o al que ir para seguir soñando.
Dice que se pierde en los aromas y son varios los que eclipsan su yo entrometido en nueva búsqueda de emociones. La tierra mojada o petricor, el café que se acaba de producir gracias al mecanismo de una cafetera que ha integrado el polvo negro con un líquido transparente tan simple y tan preciado al mismo tiempo, y finito. Y la ropa recién tendida, que sitúa el punto álgido en esta descripción de sensaciones deleitosas cuando esas sábanas ondeantes en una azotea, donde se han secado sin sacudir su esencia, visten la cama que le dará placer en varios sentidos.
El olor del mar junto a la huella de humedad en los pies desnudos que pisan la arena tras un día en el que ha sido mojada tantas veces que sería imposible contarlas sin perder la cordura. La hierba cortada que de alguna manera nos recuerda que siempre volverá a crecer, a pesar de una actividad que poco a poco destruye los pulmones y las zonas verdes de la tierra. Y algún olor familiar que permanece en la memoria y que llega de forma casual con otras notas suspendidas en el aire haciendo una especie de magdalena de Proust.
¿Y los sonidos? ¿Qué hay de la musicalidad en los actos cotidianos que se vuelven tesoros? ¿Cuáles son esas notas que logran estremecer y hacer que todo tenga sentido? Las risas. El lenguaje de las risas que retumban en un espacio abierto y que proceden de pequeñas personas para las que el juego es el motor de sus vidas. Las risas de las personas a las que amamos; las risas que alimentan las estancias, que nutren los corazones, que iluminan las sombras y que vencen el miedo.
El piano y la Pavana de Fauré, la alegría de las estaciones de Vivaldi o un pasodoble titulado En er mundo para revivir las verbenas del pueblo e impregnarnos de lo sencillo, lo rural, lo costumbrista, ante un escenario que muta y se transforma, y evoluciona, como la que escribe estas líneas.
Soy partisana que huye de la guerra en un mundo hostil que sólo entiende el belicismo, trasladando la contienda también a sus operaciones de paz. Y me uno a esa guerra con la palabra aun teniendo muy presente el lema de las sufragistas ante el ninguneo y el desprecio que vivieron reclamando ni más ni menos que sus derechos, nuestros derechos.
Me adentro en una lucha donde enfrentamos a un enemigo que intenta pasar desapercibido y que está presente en cada uno de los estratos de la sociedad. Un ente poderoso que no tiene rostro porque sus caras son múltiples y que controla la economía, la política, la cultura; que goza de salud, que es longevo y que nos aprisiona a las mujeres. A veces se disfraza y utiliza mecanismos para que seamos nosotras las que reproduzcamos su hoja de ruta y otras veces, nos mira de frente, desafiante, para dejar claro que él tiene el poder por mucho que nos rebelemos. Pero aun así lo hacemos, nos rebelamos, y combatimos de forma pacífica para preservar el mismo valor de la persona humana. Lo hacemos con nuestras formas y lenguaje, pese a usar los términos propios del conflicto armado. Quizá nuestras vidas están siendo tan castigadas que es imposible una palabra más amable.
¿Qué necesitamos las mujeres en nuestras vidas? Grace Paley dejó formulada esta pregunta en el capítulo “Declaración de Unidad de las mujeres en sus protestas contra el Pentágono” de su libro La importancia de no entenderlo todo. La escritora y activista feminista grita por ella, con las mujeres que la acompañan, jóvenes y mayores, en una marcha antimilitarista y también por las que no pueden alzar la voz. Protesta contra la guerra, contra la carrera armamentística y sus consecuencias, “hospitales cerrados y escuelas privadas de maestros y libros”. ¿Qué necesitamos las mujeres en nuestras vidas? Paley pide alimentos, trabajo, espacios seguros donde no haya acoso sexual y las mujeres cobren salarios equivalentes por el mismo trabajo. “Queremos un sistema de salud que respete y comprenda nuestros cuerpos”; “que la educación de los niños cuente la verdadera historia de las mujeres”; “queremos librarnos de la violencia en las calles y en nuestras casas. Una de cada tres mujeres será violada a lo largo de su vida”; “que nos devuelvan las noches, la luz de la luna tan especial en el ciclo de nuestras vidas”; “queremos el derecho a tener hijos o a no tenerlos, no queremos que vengan cuadrillas de políticos o de médicos a decir que por el bien del país deberíamos ser esterilizadas”. Estas palabras son escritas en 1982 y siguen teniendo vigencia en nuestros días porque aquí continuamos pidiendo espacios seguros para las mujeres, comprobando ante la actual emergencia sanitaria que la propia casa como refugio se convierte en un peligro; salimos a las calles a decir que creemos a nuestras hermanas cuando han sido violadas en los callejones oscuros, en cualquier portal o a plena luz del día. Hace pocos años nos subimos a un tren de la libertad por nuestro derecho a decidir y algunas compañeras todavía ondean un pañuelo verde porque esos políticos deciden sobre su propia vida. Queremos que se recupere la historia de las mujeres. Estamos juntas contra el poder y contra la opresión siendo conocedoras de que “el poder ubicuo del ideal masculino y la avaricia del pornógrafo se han unido para robarnos la libertad, y se nos ha privado de barrios enteros, de las noches y de las madrugadas”. Somos más conscientes que nunca de que no hay mayor atentado contra nosotras que ese constante intento de deshumanización.
Dice Grace Paley que todo está conectado, nuestros cuerpos, nuestras vidas, las plantas, la tierra, los animales. Y le preocupa la vida del planeta, nuestra relación con el entorno. “No habrá paz mientras una raza domine a otra, mientras un pueblo, una nación o un sexo menosprecien a otros».
Todo está conectado… Las puestas de sol, el sonido de los pájaros, el mar, el aire que nos alimenta, el calor humano que nos envuelve y los sueños que nos despiertan.
¿Qué necesitamos? La paz para las mujeres.