Una plaza cualquiera, en una ciudad cualquiera. Hileras de zapatos de toda clase y de todos los números, gastados…unos más, otros menos, pero todos de color rojo.
Zapatos inmóviles; aunque alguna vez pisaron fuerte, y despacio…pero pisaron, se movieron, vivieron y lucharon…hasta que un día alguien hizo que dejasen de caminar.
Cada par de zapatos representa a una mujer asesinada. Asesinada. Asesinada por su marido, pareja, expareja. Asesinada por un hombre machista con miedo; como decía Eduardo Galeano, «un machista es un hombre que le tiene miedo a una mujer sin miedo». Asesinada por un machismo que mata; una ideología que camina normalizada en nuestra sociedad amparada por un sistema que la respalda y la perdona. Así es el patriarcado, una estructura de opresión que le da poder al asesino mientras nosotras, las mujeres, permanecemos en la sombra, invisibilizadas, relegadas, cosificadas, sometidas… hasta que nos matan.
Ahora imaginad a cada una de esas mujeres en pie, erguidas sobre cada uno de esos zapatos rojos. Entristece contemplar a todas las mujeres que hemos perdido, que ya no están y que solo se manifiestan a través de una puesta en escena que hemos creado para ellas, para que no sean simples números ni cifras en unas estadísticas que olvidan sus rostros, sus nombres, su edad, su profesión, sus sueños, sus ilusiones y los zapatos que se calzaban para posicionarse en el mundo.
Esta representación que sirve para ilustrar estas líneas forma parte del proyecto «Zapatos Rojos» de la artista Elina Chauvet, que llegó a Córdoba hace poco más de un año para recordarnos que el arte es capaz de gritar y de movilizar, de hacer que se produzca un cambio en nuestras conciencias para que pueda materializarse en el exterior.
Escribí parte de este artículo en una noche de octubre en la que aún parecía verano y lo retomo en estos momentos porque hoy, como cualquier otro día, y según datos del Ministerio del Interior, una mujer es violada cada ocho horas en nuestro país. El pasado 2016 cerramos el año con 105 mujeres asesinadas y en lo que llevamos de año hemos perdido a 14 mujeres (dato actualizado a 22 de febrero); y las hemos perdido porque han sido asesinadas.
En México, entre 2013 y 2014, han sido asesinadas 7 mujeres cada día tal como lo indica el Observatorio Ciudadano Nacional de Feminicidio (OCNF).
En Argentina hay 50 ataques sexuales por día y según el Observatorio de Feminicidios, entre el 1 de junio de 2015 y el 31 de mayo de 2016, hubo 275 asesinatos de mujeres.
En República Democrática del Congo y tal como nos desveló hace unos meses la técnica de la ONG Alboán, María Álvarez, «el cuerpo de las mujeres acaba siendo un nuevo campo de batalla, por lo que sufren todo tipo de agresiones, torturas, mutilaciones y violaciones».
El 6 de febrero conmemoramos el Día Contra la Mutilación Genital Femenina, una forma de violencia hacia las niñas y mujeres y por tanto, una violación de sus derechos humanos. Según datos de Naciones Unidas, 200 millones de mujeres y niñas han sido mutiladas, viviendo con las consecuencias de una práctica que extirpa parte de sus genitales para cercenar también sus derechos.
En noviembre del año pasado, en Turquía, se inició un proyecto de ley donde se decretaba que el agresor, el violador, saldaría su delito si se casaba con la niña a la que acababa de violar. Una ley que fue retirada gracias a las presiones que la oposición y las organizaciones feministas llevaron a cabo.
Hace unos días, el presidente ruso, Vladímir Putin, promulgaba una ley que despenaliza la violencia machista porque considera que el Estado no debe interferir en los golpes que no dejan grandes lesiones siempre que se produzcan «una vez al año».
A día de hoy, según la ONU, la violencia contra las mujeres tiene dimensiones de pandemia: «ya sea en el hogar, en la calle o en los conflictos armados, la violencia contra las mujeres es una pandemia mundial».
Estos son algunos ejemplos por los que hablamos de violencia machista o patriarcal, porque la causa es una ideología asentada en nuestra sociedad llamada machismo y está justificada dentro de un sistema de dominación, el patriarcado.
No combatiremos la violencia contra las mujeres hasta que no aceptemos que se trata de una violencia sistémica, sistemática y estructural; y como dijo la escritora y activista feminista Audre Lodre, «no desmontaremos la casa del amo con las herramientas del amo».
Necesitamos deconstruir y empezar a educar en valores feministas; esta es la única forma en la que las mujeres podremos entrar en la categoría de lo genéricamente humano, como nos ilustra la filósofa Celia Amorós, y así ser consideradas ciudadanas, individuas, sujetas.
Solo de esta manera dejaremos de pintar zapatos en rojo recordando la sangre de las mujeres que permanecen visibles en una lista que se limita a enumerarlas.