El título del artículo podría servir para una canción, sin embargo, responde a una creencia demasiado compartida. El pasado 21 de diciembre se emitió el programa No sé de qué me hablas que tuvo como invitada a Carmen Maura.
La actriz contó cómo se casó joven porque era lo que tocaba y cómo se quedó embarazada siguiendo también lo que tocaba. En sus palabras: «A mí nadie me preguntó si quería ser madre: No era maternal. Lo que pasa es que te casabas, te echaban un polvo y te quedabas preñada».
Nadie le preguntó y ella no pudo elegir. Y cuando decidió que quería ser actriz también encontró oposición por parte de todo su entorno cercano como su pareja y su familia. Compartió que su hermano mayor le dijo que «ser actriz era como ser puta». A pesar de todo su profesión fue su mayor acierto, no fue así con los hombres. El primero, cuenta, le quitó a sus hijos con tres y cinco años teniendo ella veinticinco. El segundo, recuerda, le dejó unas deudas enormes que ha tenido que pagar desde los cincuenta hasta los setenta años.
En el programa dan unas pequeñas pinceladas de lo que era ser mujer en plena dictadura, como no poder tener una cuenta en el banco, tener que pedir permiso al marido para todo o no poder divorciarse; y no poder ejercer la patria potestad de los hijos e hijas. La actriz relata que estuvo muchos años sin ver a sus hijos y que su marido, que era abogado, llevó testigos falsos al juicio.
El público, formado por chicos y chicas jóvenes, escucha atento y muestra miradas de asombro. Qué lejos parece quedar esa época con la libertad que hemos conseguido las mujeres. Y aquí es cuando Carmen Maura suelta unas declaraciones alejadas de la exposición anterior y que nos dejan atónicas a muchas de las que hemos asistido a esta entrevista:
«Hay una cosa que no me gusta y es que nos están tomando manía los chicos en general. Este feminismo de ahora atacando a los hombres no me parece buena política». Y es que ella conoce “casos muy cercanos de hombres que han sido acusados de violencia y que no era cierta”. Y sentencia que quiere que “seamos iguales, no que seamos más”.
Voy a Twitter y me encuentro comentarios aplaudiendo estas declaraciones que por fin ponen en su sitio a las feminazis. Y no sólo me entra desazón sino que vuelvo a tomar conciencia de lo que queda por hacer, de la desinformación, de la falta de rigor de los medios y su espectáculo, del negacionismo y de la fuerza del patriarcado.
En el programa Mercedes Milá le responde: «Pero hay casos que tendrán que pasar antes de que llegue que seamos iguales porque está la diferencia y yo matizaría muchas cosas, pero lo podemos hacer otro día, no te preocupes. Vamos a cambiar de tercio». Como yo también matizaría muchas cosas, aclararía otras y traería datos sobre lo que se ha vertido en el programa ante la mirada de chicos y chicas que en su mayoría niegan la violencia contra las mujeres voy a pasar a analizarlas a continuación.
Es cierto que muchos hombres nos toman manía ya que les cuesta reconocer que son parte del problema de una violencia que es estructural. Y que precisamente por ser estructural que esta actriz conozca un caso cercano es una anécdota que no sirve para el análisis que nos ha llevado a leyes específicas y a todo el Sistema VioGén que sigue fallando porque cerramos cada año con un elevado recuento de feminicidios.
Tenía razón en que los tiempos han cambiado. En este mismo mes de diciembre recordábamos el feminicidio de Ana Orantes, que había denunciado al que ya era su exmarido y que hizo público en un plató de televisión lo que en aquel momento era un asunto privado. El asesinato misógino de Ana Orantes sirvió para que a nivel social se empezara a entender que la llamada violencia de género no responde a la enajenación de un hombre que se convierte en monstruo ni es un hecho fortuito, una desgracia que vive esa mujer a la que le ha tocado por azar sino que tiene que ver con el sistema de dominación que impera en la sociedad patriarcal donde se establecen relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres y de la desigualdad estructural que padecemos las mujeres. La Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género establece en su artículo 1.1:
«La presente Ley tiene por objeto actuar contra la violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones de afectividad, aun sin convivencia». En su artículo 1.3: «La violencia de género a que se refiere la presente Ley comprende todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad».
El feminismo de ahora es el que ha conceptualizado la violencia contra las mujeres con el fin de que haya leyes específicas para la sensibilización, prevención y actuación ante la violencia contra las mujeres. Ese feminismo que molesta a los chicos (a los negacionistas) es el que ha insistido en que se implementara un Pacto de Estado contra la Violencia de Género donde se ha incluido el título habilitante para que las mujeres se puedan acoger a la condición de víctima sin necesidad de interponer denuncia y que esto se haga cuando ellas hayan tenido el acompañamiento que les proporcione más fortaleza.
Según el informe de 2022 del Consejo General del Poder Judicial, de las 50 mujeres asesinadas habían denunciado 22 (44%). En el primer semestre encontramos que de las 25 mujeres asesinadas denunciaron 9 (36%); en el segundo semestre de las 25 asesinadas denunciaron 13 (52%). En diciembre fueron asesinadas 7 mujeres y el porcentaje de mujeres asesinadas que denunciaron es de un 58%. Las 22 víctimas habían formulado 37 denuncias y en 6 ocasiones las víctimas se acogieron a la dispensa de la obligación de declarar provocando en 4 ocasiones sobreseimiento provisional o sentencia absolutoria. En este punto conviene destacar la sentencia 389/2020 por la Sala de lo Penal que el Tribunal Supremo dictó el 10 de julio de 2020 en la que se trató el asunto de la dispensa de la obligación de declarar en materia de violencia de género. Así, si la víctima ha denunciado primero y declarado ante el juez siendo informada de la dispensa, ha renunciado a ese derecho y tiene obligación de declarar, por lo que no podrá acogerse al artículo 416 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal (LeCrim) que establece el derecho a no declarar en su contra.
Como ya han advertido algunas juristas este cambio de jurisprudencia abre el camino pero se debe llevar a cabo la modificación en la propia Ley.
Yo me pregunto qué significa atacar a los hombres cuando lo que se está haciendo es determinar el sexo del sujeto que comete esta violencia específica que, repito, es un problema social y estructural que empieza en la representación de las mujeres en los medios y en la publicidad, la configuración de esta sociedad que es patriarcal y la posición de los sexos, la brecha salarial, el reparto desigual en las tareas del hogar y el cuidado y la dificultad para acceder a posiciones de liderazgo por parte de las mujeres, entre otras cuestiones.
Carmen Maura ha lanzado en este programa de televisión que tenemos un problema con las llamadas “denuncias falsas” porque sus amigos han sido víctimas de malas mujeres. ¿A qué nos suena eso? Sí, al discurso de que la violencia no tiene género, al machismo como ideología que quiere agarrarse a lo anecdótico para convertirlo en norma. Pero es ese análisis del estudio de la violencia contra las mujeres lo que pasó de la anécdota a la categoría tal como lo explicaba la filósofa Celia Amorós, dejando de ser un caso aislado para implicar al propio Estado. Siguiendo con el último informe del Consejo General del Poder Judicial vamos a pasar a las “denuncias falsas”.
Tal como refleja la memoria de 2022 del CGPJ analizada en estas líneas «En 2022 han sido 28 los asuntos en los que se ha deducido testimonio por denuncia falsa de los que en 16 de ellos no consta incoación; 10 se encuentran en trámite (8 de ellos con escrito de conclusiones provisionales del Ministerio Fiscal); en uno ha sido dictada sentencia condenatoria de conformidad; y en otro se ha dictado auto de sobreseimiento provisional. En cuanto a deducciones de testimonio por delitos de falso testimonio o de obstrucción a la Justicia, han sido notificados 5 asuntos, de los cuales, uno pasó a denuncia falsa, otro está en trámite y se calificó por el Ministerio Fiscal como delito de desobediencia, y en 3 no consta incoación».
La Fiscalía confirma que el número de sentencias condenatorias por denuncia falsa es ínfimo y así el promedio entre los años 2009 y 2022 es del 0,0083%.
Termino con este deseo de Carmen Maura que comparto: «Quiero que seamos iguales, no que seamos más”. El feminismo de ahora y el de hace siglos, pues esta tradición filosófica teje una genealogía que nos hace tener presentes a nuestras predecesoras y el camino que nos ha traído hasta este momento, pone en la mesa y establece en la agenda combatir la rebaja ontológica como refleja la filósofa Ana de Miguel en su libro Ética para Celia. Aquí también habla del androcentrismo donde, dice, se ha solapado el concepto «ser humano» con el de «varón». Queremos ser iguales en tanto a ser consideradas la mitad del género humano, no un apéndice, un colectivo que gira en torno a ellos. Y por lo tanto hay que interpelarlos cuando proceda, y acusarlos, cuando sea necesario. La filósofa citada nos recuerda que «el mundo ya tiene una mujer nueva pero ahora necesita un hombre nuevo». Y por supuesto queremos que nuestras vidas tengan valor, y preservarlas, ya que todavía hoy nos siguen matando ante la mirada indiferente de un Estado que no ha dado una respuesta incontestable para acabar con la violencia hacia las mujeres por el hecho de serlo.
Foto: EFE JUAN CARLOS HIDALGO