El cine es una ventana al mundo que necesitamos para aprender a mirar y observar la realidad que forma parte de nuestras vidas, aunque ocurra a miles de kilómetros de las calles en las que crecimos jugando mientras hacíamos algo tan emocionante y cotidiano como retarnos en carreras de bicicleta.
Aún recuerdo la bicicleta roja que me regalaron cuando tenía 9 años y la BH que le robaba a mi hermano años más tarde porque ya me creía mayor para seguir montando sobre una barra baja; quizá las caídas, las rodillas desolladas y los pantalones remendados en esa parte de tela que no supo proteger la piel, eran una muestra de que la talla superaba mis proporciones; pero también reforzaba la idea de que debemos intentarlo y que cuando estás segura de ti misma nada te frena; ni siquiera una entrada en el suelo simulando la llegada de un avión a la pista de aterrizaje, dejándote con la sangre disipada y el paso del tiempo una marca imborrable de valentía.
En esta nube de recuerdos recupero mi decimoctavo cumpleaños como ese momento en el que se iniciaba una etapa importante, donde además de ir a la universidad obtendría el carnet de conducir. Dirigir el manillar de una bici que va avanzando con cada pedaleo alimentado con ímpetu y ganas de ir hacia delante o guiar un volante que nos da cierta autonomía, se convierten en metáforas de la capacidad de conducir nuestras propias vidas.
Crecemos en una sociedad androcéntrica y patriarcal en la que debemos asumir roles que el propio sistema determina para nosotras; puestos en marcha a través de una maquinaria que se activa desde distintos ámbitos, que accionan al unísono un eficaz mensaje con el que aprendemos a reproducir cada detalle de esta normalizada y siniestra agenda a lo largo de nuestra vida; en los ratos de juego, en lo que decidimos estudiar, con nuestras parejas, en casa, en el trabajo o en el espacio público. Ante este orden establecido aparece un chispazo de conciencia, una llama que nace desde otra forma de ver el mundo y que nos permite hacernos con herramientas útiles para marcar nuestro propio camino, a pesar de encontrar pruebas de obstáculos amparadas por leyes y costumbres, ratificadas por señores que dictan y perpetúan ambas.
Con esta realidad ser niña y ser mujer se convierte en un desafío hacia esa estructura cuando empiezas a poner en cuestión los planes que tienen para ti; y lejos de aceptarlos asumes un proceso de empoderamiento. Hacia esa posición nos encontramos con Wadjda, la protagonista de La bicicleta verde; una bella película dirigida por Haifaa Al-Mansour convirtiéndose en el primer largometraje que se hace enteramente en Arabia Saudí y el primero en ser dirigido por una mujer.
Wadjda es una niña de 10 años que vive en los suburbios de Riad, capital de Arabia Saudí, una monarquía absoluta regida por la ley islámica donde no está aceptado que las niñas puedan subirse a una bicicleta y que niega a las mujeres, como la madre de Wadjda, la oportunidad de conducir su propio vehículo teniendo que recurrir a un conductor que las lleve al trabajo cada día.
Cambiar las situaciones donde se producen relaciones desiguales y secuestro de derechos requiere de la incorporación de un discurso del poder como un instrumento para ejecutar acciones que alteren el orden pactado en el patriarcado, donde las mujeres mediante esa toma de poder empiecen a cambiar sus vidas. La economista feminista Clara Murguialday en un estudio cita a Catharine Mackinnon para ilustrar este escenario:
“El dominio masculino es quizás el más penetrante y tenaz sistema de poder que ha existido en la historia…porque es casi metafísicamente perfecto. Su punto de vista es la medida estándar de la objetividad, su particularidad se presenta como el significado de la universalidad, su fuerza es ejercida como consenso, su autoridad como participación, su control como la definición de legitimidad…El feminismo reclama la voz del silencio de las mujeres, la presencia de nuestra ausencia”.
Haifaa Al-Mansour quería contar una historia que reflejase aspectos de su vida para llevarla a las salas de un cine prohibido en su país; una realidad que ella y muchas mujeres no están dispuestas a aceptar, rompiendo a la vez con estereotipos que invisibilizan el trabajo de mujeres que no acatan el dominio masculino, armándose de poder para romper el silencio y volverse presentes.
Cuando hablamos de la opresión de las mujeres, de la violación de sus derechos más elementales y de su falta de libertad, debemos tener presente las palabras de Mackinnon para entender que este orden social, político y económico se da en todas las sociedades, a diferentes niveles, pero con el mismo resultado.
Arabia Saudí es uno de los países que podría situarse en los primeros puestos de la lista de lugares en los que se violan de manera sistemática los derechos humanos de las mujeres. Como ejemplo encontramos la sanción hacia las mujeres conductoras. No existe ninguna ley que prohíba a las mujeres conducir pero la costumbre, la tradición y la religión se unen y consagran para darle validez a las fetuas que emiten los muftíes o especialistas en la ley islámica. Así podrán reprender y llevar a la cárcel a las mujeres que quieren conducir y se atrevan a hacerlo.
Las imposiciones basadas en la interpretación de leyes religiosas y las consiguientes leyes que se articulan dentro del sistema, perpetúan la creencia de la inferioridad de las mujeres y su eterna minoría de edad para tomar sus propias decisiones. No obstante, librarse de estas convicciones, alzar la voz y enfrentarse contra la norma y las personas que la dictaminan, implica un desafío que conlleva un castigo pero a la vez pueden desarmar a la misma opresión.
En este sentido nos topamos con la acción de la activista Manal Al Sharif, que decidió grabarse mientras conducía un vehículo y colgarlo en You Tube; este acto de desobediencia la llevó a la cárcel y fue duramente juzgada en su país. Fuera de esas fronteras apareció una mujer que decidió qué lugar ocupar en el mundo. La activista cuenta en una conferencia que la prohibición para subirse al volante se basa en un supuesto estudio donde un profesor apunta que en países donde las mujeres conducen hay mayores índices de adulterio, de violaciones o de consumo de drogas. Ante esta falta de fundamento entendieron que burlarse del opresor le haría perder su mayor arma, el miedo. Así, el 17 de junio de 2011 más mujeres se sumaron a una campaña bajo el nombre “Women2Drive” y el pasado mes de septiembre, siete años después, el rey Salmán anunció la ley que hará posible un derecho que entrará en vigor el próximo año.
No sabemos qué letra pequeña tendrá este avance y podríamos indagar en los intereses que llevan a tomar la decisión en este momento determinado; lo que sí es indiscutible es el poder de las mujeres para cambiar sus vidas y empezar a deconstruir el sistema que intenta dirigirlas.
El largometraje La bicicleta verde con el que he comenzado el artículo, nos inunda de frescura y nos retrata las decisiones llevadas a la práctica de una niña que utiliza al propio sistema para lograr su objetivo, adoptando para ello el perfil que la propia sociedad le exige, solo para burlar la prohibición y alcanzar la bicicleta. La directora de la película se atrevió a conducir su propia historia en la gran pantalla para acercarnos a ella con un mensaje transformador. Y la activista Manal Al Sharif nos traslada la misma fuerza del cambio y la necesidad de actuar cuando una amiga le pregunta, “¿cuándo crees que conducirán las mujeres?”; y ella le responde, “solo cuando las mujeres dejen de preguntarse cuándo y tomen medidas para hacerlo ya”.
Cada paso es importante y la sociedad avanzará cuando las mujeres también lo hagan. No es fácil batallar contra gobiernos opresivos o lidiar cada día con sociedades opresivas aunque en ellas podamos coger el volante. El patriarcado es un sistema de dominación muy poderoso que como dijo Kate Millet, sabe adaptarse a cualquier sistema político, económico o cultural ya sea el feudalismo, el comunismo, el capitalismo, un régimen absolutista o una democracia. Sin embargo contamos con el feminismo como una ideología de la liberación -tal como lo define la periodista Carmen Sarmiento- para acabar con él. En palabras de la feminista Cris Suaza, “El feminismo está vivo donde quiera que haya una mujer feminista porque el feminismo es una forma de ver y de mirar el mundo”.
En este sentido, donde haya una mujer feminista que se erija para combatir la desigualdad, iremos encontrando a más mujeres que pisen el acelerador y juntas celebraremos la liberación de todas.
(La imagen corresponde a un fotograma de la película La bicicleta verde. Haifaa Al-Mansour. Arabia saudí. 2012)