El pasado lunes visioné parte del llamado documental Rocío. Contar la verdad para seguir viva.
Asistí a un relato de una mujer víctima de violencia machista y a la construcción de ese relato esbozando el perfil del maltratador. Como decía Rocío Carrasco, sólo hay una verdad. En la violencia machista no hay dos verdades, dos versiones. En la violencia machista hay un agresor, un victimario y una mujer víctima de esa violencia que se manifiesta, se reproduce de varias formas; se normaliza, se oculta.
Este vídeo me ha hecho volver a otro relato desgarrador cuya voz apareció en un programa de televisión el 4 de diciembre de 1997, el de Ana Orantes.
Ana Orantes acudió a un plató de televisión a hacer público algo que era privado, la violencia machista. Ana Orantes revivió cada uno de esos momentos de infierno en los que era vejada y golpeada, viendo cómo sus hijos e hijas también eran agredidas. Ella contaba que no sabía hablar ni expresarse, que no se podía acercar a una ventana, que no podía respirar y que él le quitó a su familia. Ana Orantes describió cada una de las palizas que la dejaban tirada en el suelo, con los ojos morados, la cara desfigurada; en su casa delante de sus hijos e hijas, en el callejón de una calle camino de esa casa y el miedo que sentía y que la hacía quedarse allí. Cuando Ana Orantes fue asesinada por su expareja trece días después de contar la violencia padecida, Irma Soriano, la presentadora del programa que acogió su testimonio, trasladó unas palabras de Orantes cuando iba a entrar en el programa: “Yo necesito desahogarme. Esto no puede seguir. Llevo tantos años aguantando… Y además lo denuncio y no pasa nada. Es terrible. Igual cuando yo lo diga públicamente aquí; como se va a enterar mucha gente, yo voy a llegar y sé que me van a defender; mis vecinos, mi gente. Y él incluso no se va a atrever a hacerme nada porque yo estoy aquí. A qué le temo ya”.
España vivió un punto de inflexión tras este asesinato machista. A partir de 2003 se empezaron a registrar las cifras oficiales de mujeres víctimas de violencia de género y un año después vio la luz leyes como la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, que logró articular que “la violencia de género es el símbolo más brutal de desigualdad que existe en nuestra sociedad. Es una violencia que se dirige a las mujeres por el hecho de serlo”.
Todo esto podría apuntar a un cambio en la sociedad, en la forma de entender la violencia contra las mujeres para no quedarnos en la punta del iceberg, en la máxima expresión de esa violencia que son los asesinatos, sino adentrarnos en la estructura de dicha violencia.
En el vídeo que he empezado a citar, un personaje público cuya vida muchas no conocíamos más allá de algunos datos concretos, ha decidido hablar para contar la situación de maltrato vivida con su expareja; la manipulación, las agresiones, el desprecio, y para pedir que cese el amarillismo de los programas que han dado voz a su maltratador, juzgándola a ella con la etiqueta que a muchas mujeres les suena: “mala madre”.
Después de visionar dos capítulos de este documental hice una búsqueda en redes sociales para comprobar las reacciones y observé a revistas llamadas “del corazón” preguntar a sus seguidores y seguidoras de parte de quién estaban; “¿de qué lado estás”, decía la revista ‘¡Qué me dices!’ en su cuenta de Instagram. También el programa ‘Ya es mediodía’ de la cadena Telecinco, inserta en la empresa Mediaset (encargada de ofrecer a la audiencia las palabras de denuncia de Rocío Carrasco) lanzaba la misma pregunta mostrando un gráfico con los porcentajes de apoyo hacia cada una de las partes. No es de extrañar que la violencia machista se convierta en espectáculo, que aún se dude de la mujer que denuncia y que el maltratador aparezca como la buena persona que ha procurado aparentar de cara al exterior, como el personaje que se suelen configurar para que ellas, sus parejas, las mujeres, aparezcan como locas, como histéricas, como mentirosas, como malas mujeres que no se ocupan de sus hijos e hijas y que encima quieren destrozar la vida a un padre ejemplar.
Lo grave de estas “encuestas” no es sólo que se realicen frivolizando algo tan serio y tan dramático como el terrorismo machista instalado en una sociedad donde los hombres siguen asesinando a las mujeres; lo peor fue el apoyo al maltratador.
En el vídeo se ven extractos del mismo programa en el que se emite el documental y ahí aparecen algunas personas juzgando a una mujer y sometiéndola a un escarnio sin la menor empatía; imagino que así son estos programas sensacionalistas que no dudan en destrozar a quien sea a cambio de audiencia y dinero.
Tras la emisión también se habla de dinero, de lo que Rocío Carrasco va a cobrar y de lo organizado que está todo. A mí esto es lo que menos me importa de momento; porque me interesa el fondo, el contenido, la estructura sobre la que se arma y que sigue sujetando todo un sistema que siembra la duda sobre la credibilidad de las mujeres. La palabra de las mujeres se cuestiona; que si “es mala actriz”; que “no quiere a sus hijos”; “que ha tenido 8 años para hablar”…
Los medios son cómplices. Siempre lo son porque tienen la responsabilidad de no cometer violencia mediática; desde el titular hasta el contenido de sus informaciones. Hay códigos deontológicos para informar sobre violencia machista y es conveniente que se conozca cómo opera la violencia contra las mujeres en este sistema de dominación llamado patriarcado que ya deberían conocer los informadores e informadoras. También periodistas de medios considerados de prensa seria que se suman al circo mediático.
Esas mismas personas que informan deberían saber cuál es la espiral del maltrato, sus fases y escuchar a las víctimas para comprobar cómo se repiten una y otra vez, de la misma manera. Y así también podrán conectar con la indefensión aprendida cuando la víctima cree que ya no puede hacer nada por cambiar su situación; y con la disonancia cognitiva para la explicación de por qué muchas veces la víctima permanece junto al agresor. El maltratador se encarga de minar la autoestima, de provocar el aislamiento, de hacer creer que está loca, que se inventa las cosas, que no percibe la realidad de manera correcta (esta forma de violencia es conocida como luz de gas) porque ese maltratador ha procurado que la sociedad lo vea como un ser respetable y él es el que conserva el buen juicio.
Rocío Carrasco contó que no quería reconocer que se había equivocado y cuando dio el paso él le aseguró que lo pasaría mal: “Rociíto, te vas a cagar”. Porque otro mecanismo de agresión que utilizan estos hijos sanos del patriarcado es ejercer violencia vicaria, usar a los hijos y a las hijas para hacerle daño a la mujer, para castigarla; así también esos hijos e hijas son víctimas de la violencia.
Lo han llamado documental, aunque quizá parezca más un producto televisivo que se vende por entregas. Quieren crear expectación. La audiencia lo espera como si se tratase de una serie de televisión que ofrece un nuevo drama en cada capítulo. Después habrá un debate que generará posicionamientos y nos tendremos que preguntar cuánto hemos reflexionado y avanzado desde aquel día de diciembre de 1997 para condenar la violencia contra las mujeres sin ambages y sin crear un espectáculo frívolo ante un testimonio que siempre desgarra porque saca las heridas a plena luz con una narración que esboza un “yo también” esperando como respuesta “yo te creo”.
Y aquí no se trata de eslóganes ni de frases hechas. Se trata de visibilizar lo que nos ocurre por ser mujeres en una sociedad que no condena el desprecio hacia las mujeres, cuyos medios siguen hablando de crímenes pasionales, que sitúan el asesinato machista en la sección de sucesos, que preguntan al vecindario acerca de cómo era ese hombre que parecía normal; medios que pierden la oportunidad de sensibilizar a la ciudadanía y una sociedad cuya clase política debe empezar a condenar la ideología del machismo para que el Pacto de Estado contra la Violencia de Género tenga sentido y vaya a la raíz del problema.