Antes de empezar a adentrarme en el cometido que me ha traído a escribir estas líneas voy a recordar una escena de la película Clara Campoamor, la mujer olvidada dirigida por la directora Laura Mañá, basada en el libro La mujer olvidada del periodista Isaías Lafuente que narra la vida de la diputada republicana, para que sea más fácil visualizar lo que ocurrió en el Parlamento de la Segunda República en 1931. Después de un vigoroso debate en la Cámara para aprobar el derecho al voto de las mujeres y tras un elocuente, argumentado y brillante discurso de la diputada Clara Campoamor se establece que “los ciudadanos de uno y otro sexo mayores de 23 años tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes”. No obstante, tras ese hecho histórico ocurre algo que intentaría obstaculizar lo conseguido, la propuesta de aplazarlo mediante disposición transitoria. En ese momento Clara Campoamor, en su turno de palabra, decide no defender el voto de la mujer porque “eso ya está defendido”. Defiende la Constitución, que acordó en su artículo los mismos derechos electorales para los dos sexos.
He recordado la interpretación de Elvira Mínguez imaginando a Campoamor exhausta y a la vez determinante en su última defensa para sacar adelante un derecho que de no haberse establecido habría dejado en nuestra historia un error histórico, literalmente: “Un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar”.
Exhaustas, a veces, y siempre determinantes las feministas abolicionistas vamos a defender los derechos humanos de las mujeres prostituidas recordando que “la prostitución y el mal que la acompaña, la trata de personas para fines de prostitución, son incompatibles con la dignidad y el valor de la persona humana y ponen en peligro el bienestar del individuo, de la familia y de la comunidad”.
Clara Campoamor también era abolicionista de la prostitución y en los Diarios de Sesiones del Congreso de enero de 1932 expuso que “ las casas de prostitución reglamentadas autorizadas por el Estado, son los centros de contratación de la trata de blancas” y trabajó junto a los republicanos progresistas que creían en “la necesidad de la desaparición de la actividad prostitucional porque ello implicaba la degradación de la mujer, al poner su cuerpo en venta. Creían que para conseguir el fin de la prostitución, el primer paso era abolir su reglamentación oficial”.
Los argumentos que se pusieron en el debate durante los primeros años de la República, y que tuvieron como resultado la aprobación del Decreto 28 de junio de 1935 que pasa a suprimir el sistema reglamentarista, fueron que la prostitución reglamentada atentaba contra la dignidad humana, que la ley estigmatizaba a las mujeres, las acosaba, las perseguía mientras los varones se desvinculaban de toda responsabilidad, poniendo el foco también en que la reglamentación afectaría sobre todo a las mujeres sin recursos.
Este posicionamiento argumentado en base a los derechos humanos se sirve de inspiración de la lucha abolicionista que llevó a cabo Josephine Butler en lo que ella llamó “la gran cruzada” para acabar con el sistema reglamentarista del siglo XIX y derogar las Leyes de Enfermedades Contagiosas. Con Butler se produce un cambio de paradigma ya que pone el acento en la responsabilidad de los hombres compradores y cómplices de esta forma contemporánea de esclavitud tal como se refería Josephine Butler a la prostitución. Cuenta la socióloga Kathleen Barry en su libro La esclavitud sexual de la mujer: “Lo que diferencia a Josephine Butler de muchos de sus contemporáneos es que, al mismo tiempo que denunciaba la esclavitud sexual, atacó a quienes se beneficiaban con ella: Los esclavistas, los proxenetas y el Estado (las leyes y el gobierno y la policía corruptos)”. Y aquí seguimos, denunciando a los proxenetas, a los prostituidores y a los Estados que miran hacia otro lado.
El abolicionismo no es una utopía y la prostitución no es «un asunto de gran complejidad que lleva tiempo siendo objeto de un profundo debate entre las diferentes corrientes feministas», tal como refleja un documento de Podemos que empieza mal desde el título: “Documento feminismos, una transición feminista”.
La prostitución no es un asunto sino una violación de los derechos humanos de las mujeres que desde el siglo XIX marca un camino para su abolición. Me pregunto cómo puede ser tan descarada la apropiación del feminismo para revestir de feminismo, como si se tratase de colocar una tela morada, todo aquello que se aleja de este movimiento social y político que tiene en el corazón la abolición de la prostitución, como escribía la socióloga Rosa Cobo. Dice el texto que centra el objetivo de este artículo que “nuestra organización lleva a gala la defensa de la memoria democrática del conjunto del Estado” pero olvida las bases de la democracia, olvida qué ocurre tras la Revolución Francesa, cómo somos excluidas las mujeres de la ciudadanía y cómo a partir de ahí se articula la lucha feminista para empezar a conceptualizar. Una conceptualización necesaria para politizar tal como ya nos iluminó con su lucidez la filósofa Celia Amorós, a quien nombran sin entender esa frase clave en la Teoría Feminista.
¿De qué democracia hablamos cuando bajo esa democracia los hombres compran mujeres para usarlas sexualmente mientras partidos defensores de la democracia y que abanderan en su discurso el feminismo hablan de un eterno debate para no afrontar la abolición de una de las formas de violencia más brutales contra las mujeres?
Dice un epígrafe del documento: “Contra todas las violencias”. No, contra todas las violencias, no. Hay una violencia normalizada en campos de concentración a los que suelen llamar prostíbulos, con luces identificativas y proxenetas regentándolos haciéndose llamar empresarios. A propósito de la democracia y de una de las mujeres feministas más importantes de la historia de nuestro país, escribió Isaías Lafuente: “El gran logro de Campoamor no es el sufragio femenino, sino conseguir que por primera vez en la historia España fuera una democracia plena”; tal como defendió Campoamor: “No se puede construir una república con la mitad de los ciudadanos”. Y yo añado, no se puede lograr la emancipación de las mujeres, el objetivo del feminismo, en un Estado social y democrático de derecho, si las mujeres tenemos un precio, si somos deshumanizadas y si se sigue perpetuando y fortaleciendo la alianza entre el capitalismo y el patriarcado donde el negocio de la venta de los cuerpos de las mujeres refuerza un privilegio masculino.
De no haberse conseguido el voto en 1931, para Clara Campoamor, para las mujeres y los hombres demócratas “España es una República aristocrática, de privilegio masculino y todos sus derechos emanan exclusivamente del hombre”. Nos encontramos en 2020 y el privilegio masculino está en tener mujeres disponibles, de todas las edades (aunque los cuerpos desgastados dejen de servir -mujeres desechables- y ellos las prefieran jóvenes -carne fresca-), mujeres de otras nacionalidades ya que aquí hay otro elemento que intersecciona; tal como lo refleja Rosa Cobo en su libro La prostitución en el corazón del capitalismo: “El estudio de la prostitución debe inscribirse en el marco de las teorías críticas de la sociedad, pues la prostitución no es una práctica social ajena a las relaciones de poder patriarcales, capitalistas y raciales/culturales, sino más bien la expresión y consecuencia de esas estructuras de poder”. El privilegio masculino es la manifestación del contrato sexual; en palabras de Carole Pateman: “La prostitución es parte del ejercicio de la ley del derecho sexual masculino, uno de los modos en que los varones se aseguran el acceso al cuerpo de las mujeres”.
Sigo con otro aspecto del documento que nos ocupa, la vinculación de los procesos migratorios y la prostitución, de nuevo voy a citar a Rosa Cobo: “La prostitución representa una de las grandes expulsiones de mujeres, característica del capitalismo global, desde los países del sur hacia los del norte, de los países periféricos a los centrales. Y en el interior de los países con altas tasas de pobreza, la cartografía de esta expulsión muestra el tránsito desde zonas rurales a las urbanas y de las comunidades culturales más oprimidas a los ámbitos culturalmente dominantes”. Como dice también Cobo, las lógicas de estas expulsiones no tienen nada que ver con otras formas de expulsión; en esta expulsión a las mujeres se las expulsa de sus formas de vida para llevarlas a un destino concreto donde van a ser prostituidas.
Recupero aquí la importancia del lenguaje y traigo la resignificación que hace Sheila Jeffreys en su libro La industria de la vagina donde habla de “mujeres prostituidas”, “porque esto sugiere que se les perjudica de alguna manera y además hace referencia al perpetrador”; llama a los compradores “prostituidores”, “en referencia a la palabra en español que denomina al hombre que prostituye a la mujer, en una formulación que sugiere una desaprobación que no se da en el término en inglés”.
Podemos comprobar que las personas que ratifican este documento no han entendido cómo se articula el sistema prostitucional y quiénes son los actores de este sistema, de lo contrario no escribirían lo que sigue: “Estamos en contra de las diferentes ordenanzas municipales que criminalizan tanto a las mujeres como a los hombres que consumen prostitución”. El abolicionismo no estigmatiza ni criminaliza a las mujeres prostituidas porque las mujeres prostituidas son víctimas. El abolicionismo pone el foco en los puteros, los prostituidores, los perpetradores de un daño irreparable, esos “hombres que consumen prostitución”; por supuesto que hay que señalarlos, decirles que no pueden comprar mujeres y sancionarlos. Esos hombres no consumen prostitución, esos hombres prostituyen a mujeres.
Por último y como colofón llega la siguiente afirmación: “Es importante diferenciar la trata con fines de explotación sexual de la prostitución, que atiende a otras lógicas».
¿A qué lógicas atiende la prostitución y la trata? ¿No es la trata el medio y la prostitución el fin? ¿Acaso las lógicas del sistema prostibulario no son que las mujeres sean prostituidas? Cuando leo que quieren poner en el centro la vida de las mujeres no puede dejar de pensar que quieren poner la vida de las mujeres en el corazón del capitalismo. ¿No se ha visto con frecuencia que separar estas dos realidades indisolubles lleva como intención en el discurso hablar de una prostitución forzada donde intervienen las mafias y otra voluntaria, desde la libre elección, con mujeres empoderadas y hombres majos que acuerdan un precio para su disfrute? El de ellos, claro.
No hay un horizonte abolicionista, hay una campaña por una Ley abolicionista del sistema prostitucional promovida por más de cien organizaciones feministas encima de la mesa, y una oportunidad histórica para un Gobierno de coalición progresista que se declara abolicionista y al que le digo, recuperando de nuevo las palabras de Clara Campoamor: “No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar”.