A veces quisiera salir a la calle para mojarme pero no llueve. Pienso en la Maravillosa Señora Maisel y me asalta la necesidad de imitarla. Tengo la botella de vino, las ganas de beberla y el monólogo de mi vida en alguna parte agazapado.
Deambulo en pensamientos y mis acciones concretas se rinden a todo ese mar de incertidumbre. Intento nadar y siento la dimensión de lo profundo.
El agua está hirviendo y no ha sonado el pitido de la tetera porque solo hay un cazo que empieza a mostrar burbujas y un vapor que quema. La bolsa de la infusión me regala una especie de máxima cada día; a veces se repiten y eso me recuerda a este escenario mecánico de frases hechas y consejos de autoayuda para cargarme con la responsabilidad de estar debajo.
El patriarcado pesa. Cómo no hablar del sistema que aprisiona en este momento de bucear por las entrañas. En mi interior palpita algo con fuerza. Me agarraré a ello.
Contemplo la puesta de sol desde mi habitación propia. Agradecida de ver el arrebol e impregnarme de la belleza de un cielo naranja, aunque se repita. En esta ocasión siempre me hago la sorprendida cuando el horizonte se apaga.
Observo mis emociones. Mi propuesta es educarlas para no decepcionarme a mí misma.
Me decepciono. Y por eso estoy aquí.