El otro día me llegó información acerca de la existencia de unas camisetas donde aparece la frase: “Everybody should be feminist”. Así que en los días siguientes me desplacé hacia la tienda en la que estaban puestas a la venta por poco más de 5 euros y tomé la foto que ilustra en su parte derecha del montaje este texto. Me alegra que piensen en mí cuando aparece la palabra feminista y por supuesto, secundo el mensaje.
Si creemos que las mujeres tienen que ser consideradas personas; individuas, sujetas, deberíamos ser feministas.
Si defendemos la igualdad entre hombres y mujeres ante la ley, deberíamos ser feministas.
Si pensamos que las mujeres deben cobrar el mismo salario que los varones por el mismo trabajo, deberíamos ser feministas.
Si nos indigna que por el hecho de ser mujer no podamos ocupar cargos directivos, siendo el porcentaje de nuestra representación en ese círculo de poder de un 11%, deberíamos ser feministas.
Si nos inquieta que un magistrado del Tribunal Supremo declare que el machismo no es el problema de la violencia machista, deberíamos ser feministas.
Si nos irrita que una jueza le diga a una mujer que ha sido violada, “¿cerró usted bien las piernas?”, deberíamos ser feministas.
Si condenamos la cosificación, sexualización y mercantilización de nuestros cuerpos, deberíamos ser feministas.
Si nos preocupa y nos desgarra que en ciertos lugares de nuestro planeta a algunas niñas les corten sus genitales, los cosan y las obliguen a tener sexo con una herida sangrando entre llantos, deberíamos ser feministas.
Si nos solidarizamos con las mujeres en huelga de hambre que están acampadas en Sol recordando al Gobierno, entre otros aspectos, que 21 mujeres han sido asesinadas en este 2017, deberíamos ser feministas.
Si en lo profundo de nuestras entrañas ardemos ante un nuevo feminicidio, deberíamos ser feministas.
Si queremos que las mujeres puedan decidir libremente cómo se posicionan en el mundo, deberíamos ser feministas.
Si confiamos en el empoderamineto de las mujeres, deberíamos ser feministas.
Si queremos un mundo justo, humano y pacífico, deberíamos ser feministas.
Por lo tanto y volviendo al inicio, al lugar en el que se lee la frase “todo el mundo debería ser feminista”, nos encontramos con un problema, una contradicción; factores a tener en cuenta para no desvirtuar qué es el feminismo y qué es ser feminista.
El feminismo no se lleva bien con el capitalismo porque este sistema utiliza el cuerpo de la mujer para perpetuar la estructura de la sociedad donde es relegada a un ámbito privado, no remunerado, con el cometido de sostener y apoyar el desarrollo del otro sexo. En este sentido, Silvia Federici declara: “el cuerpo de la mujer empieza a ser visto como una máquina para la producción de fuerza de trabajo. El útero es mirado literalmente como una fábrica de trabajadores”.
Las cadenas que venden estas camisetas -puestas en cuestión en estas líneas- contribuyen a la explotación y cosificación de las mujeres, a mantener la brecha salarial y transmiten la idea de que solo un grupo de ellas podrá tener un lugar en ese espacio, alejado de un compromiso con el feminismo.
El feminismo no es estar empoderada porque facturas millones de euros al año ni aplaudir que una mujer puede con todo porque está “liberada”: casa, hijos, trabajo, twitter y hasta ese momento para la asana del loto en el “aquí y ahora” (mito de la Superwoman).
No pueden ser feministas las empresas que contratan a chicas jóvenes de la talla 36 para vender sus productos, que además de ofrecer ropa de un tamaño minúsculo utilizan para sus catálogos y escaparates a modelos blancas (la mayoría), con expresión famélica y en posiciones que nos colocan medio tiradas, sin vida, dobladas y completamente privadas de voluntad.
No son feministas las compañías que nos dicen que deberíamos ser feministas cuando esas marcas son cómplices de la feminización de la pobreza, haciendo que las condiciones de vida de muchas mujeres en el mundo sean lamentables, donde están sintiendo la vulneración de sus derechos fundamentales mientras cosen pantalones o camisetas que vamos a adquirir de forma rápida y barata, desechando de forma rápida también – así es la dinámica del consumo capitalista-, pero siendo feministas.
El feminismo es un movimiento social y político de lucha por la liberación de las mujeres y con toda la lógica a nuestra disposición, no cumpliremos este cometido formando parte de un sistema en el que seguimos siendo esclavas.
Sería algo plausible vender camisetas reivindicativas revisando las políticas por las que nos definimos como empresa; sería del mismo modo interesante vestir esas camisetas, o colocar la palabra feminista en un escenario, o decirlo en público con un altavoz en nuestra mano si realmente tomamos conciencia de lo que defiende este movimiento, si entendemos que el feminismo lleva tres siglos trabajando por la paz, dándonos nuestro sitio en la sociedad y sobre todo si nos unimos con cada acción individual a una gran red colectiva, teniendo en cuenta las distintas páginas por las que la agenda feminista está abierta en diferentes lugares del mundo.
Suscribo por completo tus palabras. No hay nada más hipócrita que el capitalismo (a parte de ser el causante de todos los males del mundo) que puede ‘venderte’ cualquier proclama justa y bienintencionada con tal de hacer negocio . ¡La revolución será feminista (y anticapitalista) o no será!
Gracias Nacho, por la lectura y por tu compromiso con el feminismo. Estamos en la revolución feminista y no podía ser de otra manera.