Vivir con la expulsión y la vulnerabilidad a sus espaldas. Ser mujer en un mundo que odia a las mujeres. Sobrevivir intentando romper las cadenas que la sujetan mientras enlaza eslabones de hermandad con otras mujeres que la sostienen. Así se sentía Vinita aquella gélida mañana de invierno. Había visto por primera vez la nieve y se recreaba en una estampa llena de luz y de calor contemplada desde un refugio que se le antojaba como su propia fortaleza.
Pensaba en los muros y sabía que seguiría derribándolos. Su nacimiento no fue una fiesta, y la falta de celebración la hizo empezar desde muy pequeña con la resiliencia, con una fuerza que emergía desde su interior para desafiar los mandatos impuestos por el género y romper esos mecanismos de opresión. Estudió, fue doctora y salió de su país para ejercer en otro. Demostrar su valía, desvelar aquello que intentaba aprisionarla y lo que había ido construyendo.
Su determinación se acrecentaba unida a la de otras mujeres que sabían que la libertad no se la darían quienes decían que ya éramos iguales. La libertad era algo que deberían seguir peleando. No querían ser valientes, querían alcanzar la liberación. Querían ver materializado un proyecto colectivo emancipador que empezó a caminar hace siglos, para poder decirles a las que llegaban, “lo conseguimos”.
No querían esperar. Y en esa espera estaba el motor del cambio que no dejaba de ensordecer para mostrar sus voces alzadas. Sus palabras se oían a través de las fronteras en una gran ola de conciencia morada que trascendía los límites de la tierra y hacía que en cada rincón del planeta se activase una cadena humana, unida por los derechos y las libertades de la mitad de la humanidad.
Esa mañana Vinita leía a Grace Paley y La importancia de no entenderlo todo. Se detuvo en la pregunta, “¿qué necesitamos las mujeres en nuestras vidas?”. La respuesta estaba escrita en la agenda. Refugio; leyes que nos protejan, lo que nos empodera; vivir sin violencia. Necesitamos ser libres. Y paz.
Dio las gracias a todas las mujeres que abrieron el camino para que nosotras sigamos sus pasos; bajo la lluvia, sobre la nieve, en el terreno árido o pisando la hierba que vuelve a crecer en cada estación. Lo importante era pisar fuerte. La importancia estaba en ir hacia delante, y avanzar.